Análisis

Francisco José Zurita Martín

El balcón de Luis

Mi padre me llevó a verlo un lejano día de Cuaresma y hoy me ha venido a la mente su recuerdo cuando me preguntaba muchas cosas sobre la Semana Santa.

Se llamaba Luis y era hermano e hijo de insignes compositores jerezanos. Era yo muy joven y lo recuerdo postrado en la cama, sin cabello ni cejas que disimularan su mortecino y marmoleo semblante. En su cuarto había un balcón con la ventana entreabierta que daba a la calle Merced y desde donde se podía ver, majestuosa, la puerta principal de la iglesia de Santiago.

Cada Martes Santo, mi padre honraba a su amigo de la infancia volviendo el paso de María Santísima del Desconsuelo hacia su balcón, donde la presencia de su abnegada hermana y enfermera, representaba la ausencia del homenajeado, ya que el desdichado Luis no podía moverse de la cama, pero sí intuir la presencia de su Madre del Cielo a los sones de Campanilleros, que tanto le gustaba.

Esa tarde, cuando me llevó a verlo, pude saber por qué mi padre ponía tanto empeño en volverle el paso y subir un rato a ver a su amigo antes de emprender la marcha hacia la entonces Colegial; una enfermedad degenerativa le había ido reduciendo la movilidad desde muy temprana edad hasta dejarlo postrado en su lecho y recluido en su dormitorio de la calle Merced.

Su serena y paciente actitud ante la adversidad que coronaba con una amplia, pero sincera sonrisa, dejó perpleja mi soñadora alma de niño y marcó en mi alma una huella indeleble que perdura hasta hoy.

Era hermano del Prendimiento y amante de nuestra Semana Santa y a quien Dios llevó por una calle de amargura que no sospechaba pero que aceptó hasta que el Señor del Prendimiento se lo llevó al cielo bajo un olivo eterno de inmensa alegría. Su Semana Santa se limitaba a esos pocos momentos en los que la calle Merced veía el paso de alguna cofradía y él podía dibujar en su imaginación aquellas procesiones que dejó de ver tan joven por su precoz y larga enfermedad.

Y hoy, sin saber por qué, me acordé de él. Me acordé de su callado amor hacia la Semana Santa, aún desde su soledad y sufrimiento. Me acordé de nuestras disputas y desencuentros por temas livianos y carentes de importancia. Me acordé de la pureza de sus sentimientos y de su callada alegría por imaginarse al Prendimiento o al Desconsuelo asomándose amorosos a su balcón. Y pensé…..

¡Qué distinta sería la Semana Santa y nuestra vida misma mirándolas desde tu balcón, querido Luis!.

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