Santiago Cordero
La gran industria del deporte
En plena campaña de las elecciones europeas del 9J -que interesa cada vez menos a un pueblo harto de mala política- el centro de gravedad del debate se define en clave nacional, un combate a cuello entre el Gobierno y su alternativa. No escucharán apenas ninguna propuesta sobre las cuestiones importantes que determinarán las próximas décadas de la Unión: la dura batalla que libra la nueva identidad europea diluida en un viejo marxismo que sustituyó el proletariado por un conjunto de minorías indignadas con derecho a todo; una sociedad sumida en la cruenta contienda cultural que afecta no solo a Europa sino al conjunto de Occidente, que se vanagloria de sus banderas ecológicas, culto a la diversidad, lenguaje inclusivo y nuevos derechos que han conseguido la suficiente homogeneización como para perder frescura, capacidad de innovación y el liderazgo moral de otras épocas.
Descristianizar Europa también en lo cultural. No hablaremos del proyecto del euro digital y la creciente pérdida de intimidad, de la cada vez menor libertad individual con la excusa de una mayor seguridad, de la disminución de la soberanía nacional -tan trabajosamente construida- en favor de la gobernanza de una élite a la que ni vemos ni sentimos, del reto de la AI que cambiará nuestra sociedad de manera radical, de la cada vez más estrecha libertad de opinión e información que se autocensura sin necesidad de golpes o revoluciones y otras tantas cuestiones de trascendencia social y política.
En su lugar seguiremos con la cantinela del fango, del bulo, de la polarización, de la derecha, ultraderecha y extremismos varios con la sintonía de Cataluña de fondo, de las bondades de un Gobierno de coalición que se vota en contra a sí mismo, del señalamiento de periodistas y jueces y jugando por libre en política exterior.
Un bonito panorama.
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