El pasado viernes se presentaba, en un acto sin precedentes, el cartel oficial de la Semana Santa 2017. Expectación por todo o alto y un lleno hasta la bandera en los jardines de la Atalaya. Se supo guardar el secreto hasta el último momento y muchos sacaban los ojos de sus órbitas para ver qué nos tenía preparado el pintor sevillano Antonio Díaz Arnido, dedocráticamente elegido para llevar a cabo la obra y, lo que es más complicado, someterse al veredicto final de los cofrades, tan dados a analizar todo lo que sea una novedad.

El resultado final ha sido de aprobado alto. Pasó el fielato de la crítica y la opinión general del cofrade de a pie ha sido positiva. Consiguió este consejo pasar por su primer cartel sin pisar ninguna mina, a pesar de jugársela con una obra moderna y actualizada, tan cesurable muchas veces en este mundo en el que los pasos se ponen cada año en la misma loseta; ni una más allá ni menos. Y todo lo que salga de ahí tiene que ser aprobado por un cabildo de hermanos.

El cartel está bien. Y como obra subjetiva de un artista se acepta tal y como es. Enhorabuena a Arnido y al consejo. Sin embargo, se observa a un 'Marquillo' que ocupa la centralidad, mientras Jesús parece querer entrar en el encuadre. Mientras, en el espacio central, se observa el vacío. Yo eché de menos las jerezanas palmeras de Cristina.

Puesto a seguir siendo quisquilloso y a buscarle los cuatro pies al gato, nos perdimos una estampa que hace de la cofradía de Cristina algo tan singular. Las mujeres desaparecieron de la parte baja de la obra, en la que aparecen estampas añejas de los hermanos con su tradicional toca egipcia. Hubiera sido una bonita oportunidad para decirle el mundo que aquí, en Jerez, desde el pasado más lejano, las mujeres ya tenían su sitio cuando llevaban su farol junto al paso de Jesús. Y eso sí que es Jerez.