Resulta ahora que las profecías y las hipótesis de los agoreros van a tener sentido. Por mucho que intentamos pensar, hace días, que tras las campanadas iban a cambiar las cosas por arte de birlibirloque o por la acción del carbónico en nuestro cerebro, lo cierto es que, siguen por el mismo camino o van camino de ello. Eso es lo que tiene el riesgo de mezclar el solsticio de invierno con las ilusiones acrecentadas en sagradas escrituras. Día a día, y ya van catorce, nos estamos quedando sin el fuelle de los primeros del nuevo año. Tanto que, además de desilusionados, nos estamos quedando de piedra. Como estatuas, impávidos y catatónicos. Por Filomena y por un bloqueo emocional de época derivado de lo que estamos sufriendo desde hace un año, en un entorno social y político en el que nadie de los que deberían tomar decisiones acertadas parecen tener dos dedos de frente para tomarlas a sabiendas que, ante los problemas son los que deben pensar en soluciones. Con mucho frío y con el presente resbaladizo. Con ciudades bajo cero. No sólo en las temperaturas porque ya ni siquiera se trata de un aviso de alerta amarilla, sino más bien de una manera descolorida y desangelada de pasar el tiempo, sino que también se sigue bajo cero en movimiento de la economía, en la cultura y en todo aquello que se pueda considerar motor de dinamismo. Seguimos a la vanguardia de cifras por debajo de lo conveniente en paro. Estamos en números rojos en las arcas del ayuntamiento. Por debajo de la línea de flotación en el número de negocios que están cerrando. Muy por debajo en las estadísticas de vacunaciones para la pandemia sin saber el por qué. Cuentas negativas en la cultura. Gente con neuronas bajo mínimos que no se entera de lo del virus. Chavales en las escuelas con menos grados centígrados de lo deseable. Las ventanas abiertas y la casa sin barrer. Para eso que vengan a gobernarnos pingüinos. Tienen más experiencia en vivir bajo cero.

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