Quién sabe si lo que hasta ahora no nos han podido hacer en hospitales ni centros de salud ni ambulatorios nos lo terminan haciendo en las tascas. Los hosteleros, o los que muchos de éstos han decidido que los representen, han propuesto que a aquel que quiera espabilarse con un café o entonarse con un amontillado o refrescarse con una cerveza en cualquiera de los billones de bares que hay repartidos por doquier se le haga antes un test rápido. Lo de consume con moderación queda relegado. En un segundo plano. O mucho más lejano. Podrá uno abismarse y caer hasta el fondo con una cogorza monumental si ese es su deseo. Pero no va a ser así como así. No. Tiene uno antes que demostrar con unas garantías mínimas que no lleva el bicho encima. Las principales patronales de l sector, las empresas de gran consumo -como el que más de uno hace de la priba- y la industria alimentaria abogan por la prueba a la parroquia.

Hace cuarentaitantos días la frivolidad nos pudo. La frivolidad es a veces un mecanismo de defensa, algo que nos permite distorsionar la realidad para que no nos aplaste. Cerraron los bares y montamos un drama para no tener que ocuparnos de la tragedia de los hospitales (de ésta ya se encargaban otros). Lo mismo se ha hecho con las peluquerías, como temiendo que el virus nos atrapara "con estos pelos". Los suertudos a los que de momento no nos ha pillado el virus teníamos que pensar en otras cuestiones, como si al hacerlo estuviéramos alejándonos del peligro de contagio. Y situamos nuestras preocupaciones -algunos hasta sus reivindicaciones- en el tiempo que estarían cerrado nuestro bar favorito, nuestra barbería de toda la vida. Vemos los hospitales en televisión y en las fotos de los periódicos (por cierto, no se olvide: mientras saboreamos una cerveza bien fría comprada en la tienda o en el supermercado, pues nunca ha faltado, ley seca no ha habido).

Y sin embargo ahí seguimos, dando la tabarra con la taberna, con el restaurante, con el bar de copas y hasta con la discoteca, a la espera de la planificación y de las propuestas para un nuevo sistema de apreturas en cada local. Pues, al parecer, esos patronos de la hostelería lo han tenido en cuenta todo. Hasta el espacio en las discotecas y en los bares de copas, donde el arrime ha sido para muchos, vital para los más rijosos, esencial (otra vez esta palabra). Así han elaborado toda una tabla de medidas, de distancias entre los clientes, según vayan a alternar en una terraza, en un velador o en el interior del establecimiento. Y con diferencias evidentes según sea ese lugar bajo techo: no se entra con la misma actitud y disponibilidad en el templo de los caracoles que en el after. El paladar es otro. Y el cuerpo también. Los impulsores de esa analítica rápida al cliente quieren conocer sus síntomas. Y saber hasta su temperatura. ¿Es que desconocen la de ese que se acerca a la puerta de la discoteca?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios