En unos tiempos en los que la (sobre) información va más rápido que nunca antes en la historia, tan pronto nos enteramos de algo como tan pronto lo hemos olvidado. Aunque, evidentemente, la investigación sigue abierta, lo del asesino Tomás Gimeno y sus hijas ya no es la primera noticia de los informativos. Aún así, no quería quedarme sin dar una rápida opinión.

Se ha hablado mucho -y se habla- de esto. Mucha gente ha aprendido, tras esta horrible historia, lo que es la violencia vicaria. Se ha debatido mucho sobre cómo hay que llamar a Tomás, sobre penas de muerte, cadenas perpetuas y sobre machismo, pero también, como siempre, se ha llegado a romantizar el asesinato de dos niñas por parte de su padre, perpretado para inflingir el mayor daño a la madre.

Cuando la ilustradora hizo el dibujo de las sirenas sería con la mejor intención, claro que una buena intención no da siempre los mejores resultados. Este resultado fue cuanto menos macabro y se llegó a la romantización antes mencionada de un asesinato.

Hace no mucho tiempo vivimos otro caso mucho menos dramático, pero acorde con este asunto. Se hizo viral la imagen de un repartidor de Glovo que estudiaba, sentado en el suelo de la calle, a la luz de una farola, entre pedido y pedido. Se le tildó de héroe y de valiente -que seguro que lo es-, pero el grueso de la gente no se paró a pensar en qué se está haciendo mal para que un joven de 24 años tenga que estudiar en la calle, mientras trabaja, para poder vivir.

Y así con diversas historias a lo largo de los años que no hacen sino demostrar que parece que no queremos cambiar nada. A las cosas hay que llamarlas por su nombre: asesinato de dos niñas y precariedad laboral y educativa, en este caso. Mientras sigamos mareando la perdiz y queriendo ver el lado bonito hasta de lo más repugnante, será esto último lo que siga reinando mientras no avanzamos hacia un mundo mejor que, supongo, a todo el mundo le gustaría.

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