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Análisis

Felipe Ortuno M.

De la economía a la masturbación

Cuando, quien tiene la responsabilidad de sacar adelante un proyecto de estado, verbigracia, el gobierno de nuestra patria, hace aguas en todas las iniciativas económicas disparatándosele los números del déficit, sin ya poder achacarles la culpa a los anteriores administradores de la gestión (exceptuando Covid y Putin) tiene, por fuerza, que ayudarse de la ideología de género y la psicología social para envolver la trola de la timba y el engaño. El gasto público, que tan buena prensa tiene, no es, sin embargo, proporcional a los buenos resultados en la balanza de pagos.

Porque todo gasto tiene que tener fuentes de financiación, de otro modo repercutirá aún más en el déficit estructural y la deuda pública (pregunten a Ramón Tamames, Velarde Fuertes o Daniel Rodríguez Asensio). Como la ideología tiene sus escuelas, y éstas se venden al mejor postor, las hay que ven todo muy claro con la subida de impuestos a quienes más tienen y más producen. ¡Al abordaje con la carga fiscal! A modo de grito bucanero. Y con semejantes o parecidas consignas regalan los oídos al desinformado pueblo, que, ingenuamente, piensa han de repartirle lo que los corsarios quiten a los ricos. Tururú que te vi.

Los generadores de riqueza, que son los que engrasan el engranaje y dan empleo, se ven acosados días sí y otro también por este tipo de ideología trasnochada hasta verse, como se ven, en el árbol del ahorcado, que nada tiene que ver con la magnífica interpretación de Gary Cooper. Con la excepción de Marinaleda, que debe ser, por lo que me cuentan, el paraíso de la justicia conmutativa, equitativa, distributiva y angelical ¡Viva Gordillo! Perdón por el excursus.

Cuando todo hace aguas con una deuda superior al presupuesto íntegro del próximo año y parte del siguiente, debiendo, cada ciudadano español (incluidos niños), la friolera de treinta y tantos mil eurazos, díganme ustedes qué se puede hacer con semejante caja de caudales. Las ayudas europeas, por si algún ingenuo piensa que son gratis, vendrán, en tanto en cuanto Europa mida la posibilidad que tenemos de devolución, porque, de lo contrario, lo único que nos va a llegar serán los hombres de negro con medidas de matemática económica, a lo griego, que habrá que cumplir hasta morir. ¿Por qué? Porque la economía no es el chocolate del loro, tiene sus reglas y, o las sigues, o te echan. Literalmente. Por más ingeniería económica que se haga, las cuentas que cuadran son las que mandan, y aquí, por lo que veo, no tiene cuenta que las cuentas cuadren.

Entre tanto, se acercan las elecciones, y con ellas la posibilidad de continuar en la poltrona, o encajar el descalabro más estrepitoso de cuantos ha habido desde que comenzó la mediocre alternancia democrática española, que nunca terminó de tapar la deuda que nos persigue desde que Fernando VII usaba paletó (gabán francés) de cuando él, siendo príncipe, quería robarle el trono al títere bizcochable de Napoleón, o séase, su progenitor. Perdón por otro excursus.

El reloj manda inexorablemente, como la guillotina a punto de caer, y las estrategias comienzan a desarrollar su modus operandi. Cuando la espada de Damocles no la puede ocultar ni el CIS de Merlín, con toda su alquimia, será porque la cosa está fea. De ahí ese cúmulo de leyes que, como confeti de carnaval, están atentando contra la mínima cordura que nos quedaba. ¿Qué son las leyes de educación, aborto a los dieciséis, píldoras gratis, baja por menstruación dolorosa, tampones de balde, compresas regaladas y persecución del oficio más antiguo del mundo? ¿Tan urgentes son las propuestas del Frankenstein y sus secuaces para la buena marcha de nuestra patria? A no ser que quieran justificar rápidamente el repartimiento de los veinte mil millones que le han asignado a ese ministerio prescindible, que tanto enreda en la vida de la gente normal.

Cuando la economía no funciona, por ineptitud y necedad de quienes gobiernan, el recurso a la promoción de los instintos emocionales es una carta en la manga para distraer la atención hacia temas que, en el fondo, no le importan a nadie, excepto a quienes buscan la facilidad en todo, la vida subvencionada, el aprobado sin estudiar y la posibilidad de satisfacer los sentidos sin la responsabilidad que requiere las decisiones importantes de la vida. Saben, que, con cuatrocientos euros para el ocio cultural de los jóvenes, consigue más votos que un acuerdo con el empresariado responsable; que la seducción del subvencionalismo, creadora de estómagos agradecidos, es más eficaz, para los próximos comicios, que un acuerdo de ayudas a la investigación y el desarrollo, que, siendo muy bueno, no consigue, sin embargo, el resultado deseado para las elecciones que se aproximan.

Es más rentable satisfacer los gustos hormonales de la población que trabajar en acuerdos de futuro que impliquen sacrificio y responsabilidad. ¿Cómo se va a mantener, en la ley de educación, las trabajosas asignaturas de filosofía, historia y latín, si se ha de dar paso lectivo a los asesores sexuales de la masturbación? 'Suma' y sigue.

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