Las reacciones de rechazo a los cánticos de los machitos del Elías Ahuja marcaron los últimos días gran parte de la agenda política y mediática del país. La fiscalía se propuso investigar el aquelarre, las chicas del Santa Mónica quitaron hierro con la excusa del contexto y cientos de editoriales y tertulianos mostraron indignación. De camino, para no dejar de aprovechar la circunstancia, se le echó por escrito la culpa a la derecha, padres ricos de los jóvenes con exceso de testosterona y mala lengua, como si el machismo no fuera algo transversal.

La indignación es comprensible y, si acaso, necesaria, porque la imagen no tiene un pase. Lo que ya comprendo menos es que sea selectiva. Hay artistas de éxito inaudito al alcance de los móviles de nuestros hijos, que tienen letras que degradan a la mujer en sus composiciones que ni los del Elías Ahuja se atreverían a replicar. La fiscalía jamás se inmutó mientras algunos líderes de la izquierda igualitaria se exhibieron fotografiados con los héroes del desprecio al otro sexo.

Los del Ahuja son el reflejo de lo que vemos y consumimos con libertad, la misma con la que podemos desechar lo degradante y escoger lo excelso; no parece que ésta última sea la tónica general. La parrilla televisiva está llena de contenidos nada edificantes, que priman lo vulgar y reducen a la nada la dignidad y el respeto con el que debemos mirarnos y tratarnos. No digamos las redes, paraíso del mundo Trolls.

La fiscalía sin actuar y el dichoso contexto como excusa. La misma televisión que es regada con dinero público y nuevas licencias, sigue las reglas del mercado al que algunos tachan como el culpable de todo. El mercado somos usted y yo, y nuestra libertad para vivir según un estilo, convicciones y creencias pueden escoger lo mejor, aunque desde la Tribuna se nos ofrezca lo peor.

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