Análisis

Natalio Benítez Ragel

Bibliotecario e historiador

Dos escritores, dos amigos

'La Costa' huele a playa, a casetas multicolores y a vino viejo servido en chozos de cañizoEl personaje de Burgos Lecea cautivó a Gil Cano moviéndolo a rescatarlo del ostracismo

Mauricio Gil y Ramón Clavijo, a simple vista, no se parecen en nada, y sin embargo tienen varias cosas en común. Ambos son historiadores. No son articuleros (no confundir con articulistas), esta plaga tan en boga que nos martiriza semanalmente con sus infumables diatribas. Son escritores. Y los dos, buenos amigos míos. Al primero lo conocí a principios de los ochenta oyéndole recitar versos de Rubén Darío. A Ramón me unen además lazos profesionales: somos bibliotecarios por oposición de la Administración Local. Acaban de publicar sendos libros con apenas unos meses de diferencia, y yo no he podido resistirme a comentarlos, en jerga torera, al alimón.

'La Costa', de Clavijo, es un paseo en barco que parte de la playa de Bonanza. Es el trabajo de un investigador que ya había abordado este tema con 'Jerez y los viajeros del XIX' (1989) y 'Viajeros apasionados' (1997). Pero este huele a playa, a antiguas casetas multicolores y a vino viejo servido en chozos de cañizo. 'El cuentista que decía la verdad', el libro de Mauricio, es la disección profunda de un rebelde contra la injusticia y el dolor cuyas palabras flotaban en el olvido, el jerezano Francisco Burgos Lecea, completamente olvidado en el panorama literario español. Es un rescate, devolviendo a la vida a un narrador que ya denunciaba en los años veinte del pasado siglo temas hoy tan candentes como la frenética competitividad de nuestra sociedad, la violencia de género o el acoso sexual a la mujer en el trabajo. En el periplo de Ramón, a resguardo del viento de levante a bordo de un pequeño balandro, vamos viendo los cambios que ha ido sufriendo la costa gaditana a través de la mirada de los viajeros que la recorrieron y la describieron: las viejas casetas de vivos colores, que no atentaban contra nada y que mantuvieron el paisaje intacto hasta bien mediado el pasado siglo ; el comienzo de la moda de los baños de mar, en principio por prescripción médica para irse convirtiendo en un fenómeno de masas ; el cambio visible en la línea costera de Rota con las grises moles de los barcos de guerra que desde 1953 se observan en la playa de la Base ; una "desconocida" ciudad de Cádiz donde hay una limpieza a su alrededor que alcanza la elegancia… Desde 'La Gaviota', que así se llama el balandro, reivindica las vírgenes playas de Roche, El Palmar, Caños de Meca…, escenarios de antiguas batallas y hoy testigos de otras batallas silenciosas, las de los inmigrantes que llegan exhaustos a la costa ante la mirada incrédula de bañistas y veraneantes.

El personaje de Burgos Lecea cautivó a Gil Cano desde el inicio de su investigación, seduciéndolo irremisiblemente y moviéndolo a rescatarlo para siempre del ostracismo en el que se encontraba: no he visto nada igual en mis años de lectura, nos dice al evocar la originalidad y el poder de seducción del cuentista jerezano. Un narrador con alma de poeta: no se pueden describir como hermosas rosas de sangre los vestigios que quedan en la cama de un tísico si no se lleva un poeta dentro. Hombre comprometido, se señaló públicamente de izquierdas en la II República, siendo encarcelado por el bando vencedor en 1944 y sentenciado a 15 años de reclusión. Allí su cuerpo se resiente, pero su espíritu creativo no descansa, versionando una Caperucita Roja para representar ante los hijos de los presos donde el lobo era el monstruo fascista. La representación fue todo un éxito, y los niños terminaron apaleando al desgraciado preso disfrazado de animal.

El periplo a bordo de 'La Gaviota' culmina en una Algeciras vista a través de la única mujer viajera de la obra, Grace Illinworth, que la describe como una perla al pie de las empinadas y accidentadas montañas, nada que ver, como apostilla Clavijo, con el gran monstruo de cemento corazón de la actividad comercial de todo el sur andaluz. Todavía hay páginas para recorrer la otra orilla, paseando por Tánger y retornando a la isla de Las Palomas, que recuerda el desembarco del pueblo que nos impregnó de su cultura durante ocho siglos. El cuentista acabó sus días en 1951 lanzándose desde un quinto piso según un compañero de presidio, aunque el parte de defunción menciona una hemorragia interna como causa de la muerte. Mejor así, un halo de misterio rodeando siempre la desaparición de este comunista sin partido rescatado del olvido para la posteridad.

Tanto 'La Costa' como 'El Cuentista…' merecen estar en cualquier biblioteca que se precie de serlo, y por descontado entre los estantes de aquellos que amamos la historia de nuestro pueblo.

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