Análisis

Fernando Taboada

A la feria con...Marine Le Pen

Yo no quiero provocar un conflicto diplomático, pero la próxima vez que me pidan que vaya a la Feria con Marine Le Pen, aviso, la va a acompañar su padre, si es que todavía se hablan, que me da a mí que tampoco, porque vaya tela. No se puede ser más petarda. Y no lo digo ya por la de vueltas que hubo que dar hasta que encontramos una caseta en la que pusieran Dom Perignon, sino por lo pesada que se puso con el camarero para que le trajeran una taza de caracoles, pero no como los hacemos aquí, con su comino y su laurel, sino con mantequilla. Luego dirán que lo del chovinismo es un topicazo. Claro, y que la Torre Eiffel no es de chapa.

En fin, que después de engañarla, porque ella insistía en ir a la caseta de Carrefour (menos mal que se lo tragó cuando le dije que no se molestara, que cierra los domingos y festivos), la llevé a la del Pozo de la Víbora. En mala hora, porque nada más ver aquellos pinchitos morunos, empezó a echar espuma por la boca, se le pusieron los ojos en blanco y no vociferó en arameo porque ya digo, estos galos son muy suyos y hasta cuando los posee el demonio siguen hablando en perfecto francés.

Para que se le pasara el sofoco la llevé a la de Izquierda Unida, asegurándole que IU son las siglas de 'Inglés el Último', no le fuera a dar otro síncope, y no le hizo ni pizca de gracia el sitio, como tampoco quiso entrar en la de Los Juncales, que estaba hasta arriba de gitanos rumbosos. ¿Saben ustedes hasta cuándo no sonrió la muy estirada? Hasta que no me crucé con mi amiga Pepa Cabral, que iba con sus primas, y se entusiasmó de ver a tanta gente rubia, con esa planta, y con esos ojos azules que no se ven nada más que en Trebujena. Bueno, en Trebujena y en algunos pueblos de la Baja Sajonia.

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