Junto con una extraña tolerancia cero hacia el Covid, cuando el mundo se rinde ante el virus, y celebrándose casi sin público, quizás lo más llamativo de los Juegos de Pekín es que se ha esquiado sin nieve, ya que en la capital de China llueve tan poco como en Etiopía; afortunadamente hace mucho frío lo que permite la producción de nieve artificial para el cien por cien de las competiciones. El futuro del esquí descansa en lo artificial, porque últimamente cada vez fluctúa más la nieve. Hay unos 80 tipos de nieve natural según cómo cristaliza, y se necesita temperatura baja y humedad para, mezclando agua con aire comprimido, producir una nieve artificial que es más consistente y homogénea que la natural, y dura más, lo cual no quiere decir que sea mejor para esquiar. En sitios muy altos como Sierra Nevada se dan relativamente buenas condiciones para la producción de nieve, que se guarda y protege en ventisqueros, se mueve y distribuye por las pistas, de manera que las estaciones cada vez se parecen más a una piel de vaca, con manchas blancas, cruzadas por unas pistas efímeras, y al fondo un picacho nevado. Aun así, es increíble cómo se consiguen mantener las pistas sin que nieve, y mejor no preguntar por el agua y la energía que se consume -además de la de los remontes-, pues, aunque la gestión de la nieve incluya la circularidad y el reciclaje, qué pronto pasamos de los compromisos medioambientales cuando hay un interés económico o un gusto personal.

China, con sus exageraciones habituales, y sin agua, ha multiplicado en unos pocos años sus estaciones de esquí, hasta 800, no lejos de las 1.100 de los Alpes. En España hay 29, pero sólo 3 tienen más de 100 kilómetros, 12 hasta 50 kilómetros, y el resto son estaciones pequeñitas; para la cantidad de gente que esquía hay poquísimos federados, unos 3.900 (en todos los deportes de nieve), concentrados en Cataluña, Aragón, Andalucía y Madrid; la medalla conseguida por Queralt Castellet para España sobre una base tan pobre nos ha llenado con razón de orgullo. En las olimpíadas las medallas van a países fríos, donde además se desarrolla la tecnología de la nieve y los esquís, y Noruega no sólo es líder en triunfos sino en tribología, la ciencia del roce de superficies en movimiento, que se aplica a la fricción de los esquís. La innovación y renovación de equipamiento para esquiar hacen que ésta sea una industria competitiva en transformación continua.

Dejamos la parte más oscura de la política internacional, o la siniestra presión sobre deportistas muy jóvenes, y nos quedamos con el lema de los Juegos: "Juntos por un futuro compartido", que, aunque no suena auténtico cantado por robots, al menos en el esquí nos reconcilia con un deporte por el que la gente soporta desplazamientos, buscar aparcamiento, sacar el forfait que sube más que el coste de la vida, las colas, el tiempo adverso, pistas con poca nieve, helada o blanda, y piedras traicioneras. ¿Tiene futuro el esquí cuando además el cambio climático está claramente en contra? La respuesta está en la sensación única que da, con sólo unas tablas de pocos milímetros en los pies, sintiéndose parte de la naturaleza y del paisaje, alcanzar sin una máquina la mayor velocidad a que puede ir el torpe animal humano.

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