Visto y Oído
Christian
Desde la espadaña
Generación de Cristal, también llamada Generación Z, son los nacidos a partir del año 2000-2010 y su denominación hace referencia a la supuesta fragilidad. Niños sensibles, creativos y muy intuitivos, sin duda; pero peliagudos por la dificultad de comunicarse entre ellos mismos. Nativos digitales, las redes conforman su realidad: amistades, romances e ilusiones. Toda la vida pasa por su móvil.
Fue la filósofa Montserrat Nebrera la que acuñó el término para hablar metafóricamente de la fragilidad emocional que acompaña a los adolescente y jóvenes contemporáneos, que debido a su crianza sobreprotectora se comportan ahora como cacharritos rompibles, inestables y débiles. Son intuitivos, es verdad, pero a costa de la razón. A golpe de corazón se instalan en el presente cotidiano y en el reconocimiento social efímero. Son plumas fluctuantes llevadas por el viento de la opinión: un link es el alimento que necesitan. No destacan por el carácter fuerte debido al super amparo que han tenido, por lo que viven una victimización constante. No están preparados para la frustración por lo que sólo aspiran al reconocimiento y la palmadita en la espalda. Acostumbrados a que las decisiones la tomen sus progenitores, ellos escurren el bulto de la responsabilidad.
En manos de la tecnología, con la que nacieron, son expertos y esclavos a la vez. Todo lo generan desde la Red. Su existencia es la Red. Sus amistades están en Red. Ocio, ideas, ilusiones…todo es digital. No es su trabajo, es su vida. Su mundo no coincide con el de sus mayores y la brecha generacional se abre como una sima. Sus gustos no son los nuestros, su cultura (que lo es) tiene otros parámetros. Pero en cambio están abiertos a la diversidad y su respeto hacia lo distinto tiene la porosidad de la que carecían sus mayores.
Todo tiene su haz y envés, como veis, todo tiene doble lectura y nada hay que no aporte algo bueno a la generación anterior. Frágiles en lo personal, pero fuertes en la sensibilidad de las causas sociales. Son ellos a los que se les abre un futuro, son en ellos en los que tenemos que poner nuestra confianza si queremos seguir adelante sin reticencias ni prevenciones. Que su mundo audiovisual no coincida con los pareceres de quienes están ahora llevando las riendas no quiere decir nada. Son distintos porque hemos querido que lo sean.
Pues bien, ahí están con unas habilidades fabulosas en aquello que sus ancestros no imaginan ni por el forro y que tiene que ver con el futuro irrefrenable de sus vidas. Son sensibles emocionalmente al rechazo y la crítica; pero también altamente demandantes de justicia, cuestionadores de cuanto han recibido y que les ha hecho como son. Muy pocos han seguido el molde de las expectativas ancestrales ¿acaso es un error genético? Estamos desconcertados con esta generación, pero ¿no seremos nosotros los frágiles y tozudos? ¿Por qué negarles lo que les pertenece? Son creativos, aunque no tengan la resistencia emocional que quisiéramos; son más infantiles, pero, con ello, también aportan un poco más de inocencia a este mundo tan maduro que nos tiene a todos enfrentados.
Necesitan mucho reconocimiento, es verdad, pero ¿qué dificultad hay en dárselo? ¿No precisamos todos una palmadita en la espalda para seguir adelante? Evaden el sufrimiento. Yo también ¿Quién no ha tenido alguna vez en su vida un momento de cristal? Esta generación tiene en sus manos la capacidad de generar cambios, sin duda. Sí, son de cristal; pero también indignados que rompen la tela de araña de una sociedad profundamente hipócrita y desalmada. Ninguna generación puede atribuirse la panacea de las virtudes, la historia lo desmiente a cada paso.
Hay que conjugar debidamente los tiempos, sin que ninguno sea descartable. A cada tiempo lo suyo: ‘el pasado es historia, el futuro es un misterio, sin embargo, el hoy es un regalo y por eso se llama presente’. La educación recibida por la generación de cristal ha podido tener muchas deficiencias; pero es innegable que han recibido cariño y protección humanizadora: diálogo y abrazos, beneplácito y calidad de vida, sin duda alguna.
Otra cosa será las consecuencias de tanto consentimiento. Nadie puede negar que han tenido una crianza respetuosa y sincera, aunque se haya llegado al extremo. Algo bueno tiene que brotar de todo eso: amor, sensibilidad, aceptación y apego. Toca ahora que entre todos aceptemos el resultado de esta educación ¿Peor que la recibida a golpe de báculo y castigo? ¿Por ser más duros somos mejores? Habrá que poner una interrogación a bastantes cosas y a tantos pensamientos de añoranzas fundadas en el pasado.
Los jóvenes vienen rompiendo moldes, creando nuevos pensamientos y viviendo de una manera distinta a la que hasta ahora le estábamos entregando nuestro cuerpo. Da miedo que, en estos tiempos tan crudos de inseguridad, toxicidad y desintegración familiar a tope, se tengan que desenvolver y vivir; no queda otra: es la sociedad que les hemos dejado, con la que tienen que bregar, a pesar de su condición cristalina, frágil, manipulable y desinformada. Tienen, sin embargo, en su haber la libertad, el instinto de sus talentos, la convicción de la igualdad entre hombres y mujeres, y la hacienda recibida de unos padres que se equivocaron mucho, pero que le dieron amor y comprensión a mansalva.
Es una generación de cristal brillante, de tecnología incorporada, de educación consentida, pero de valores excepcionales capaces de hacer cambiar la vieja y caduca civilización de los irredentos. Cristal frágil y sensible… ¿y qué?; pero con todas las formas y colores de un caleidoscopio esperanzador, a golpe de camino, día a día, con el regalo de lo que son. Hoy, en estos precisos momentos, la generación de cristal está manchándose las manos con el barro de Valencia. Chapó.
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