Entre tres grados y medio y seis grados y medio. Esa es la estimación más favorable de aumento de temperatura en la región andaluza durante el próximo siglo, según los últimos datos que maneja la Consejería de Medio Ambiente. Un escenario al que acompaña un aumento del 4% de las precipitaciones. Bienvenidos a Kerala. Eso, si por un milagro nos mantenemos en lo más bajo de la escala: si el termómetro se va a por uvas, nuestros nietos vivirán en un clima subdesértico. O no vivirán: se largarán (con suerte) a Gattaca, a Laponia, o a donde quiera que haya una opción de no vivir en un infierno.

Tiene gracia (una gracia de risa nerviosa, ya saben) ese afán por negarse, por ejemplo, a la peatonalización del centro de las ciudades -un caso como el de Cádiz podría contar como delito de Lesa Humanidad en el Tribunal del Sentido Común-. No es que la reducción de las emisiones de efecto invernadero sea una opción, algo de lo que convencer a la población progresivamente. No hay tiempo para eso: si queremos que las cosas cambien pero sólo un poco, quedarnos, ya saben, con Cádiz en el nivel de Kerala, con unas cuantas especies menos en el cómputo del Antropoceno y con la barrera de coral hecha puré, los expertos señalan que hay que abandonar las energías fósiles. Abandonar.

No son pocos los activistas medioambientales que, ante la pregunta de si nos preocupa realmente el cambio climático, responden que no. Que nos escalofría, que hemos asociado la expresión con algo negativo, hemos aprendido a arrinconar a los que la cuestionan -la BBC ha decidido que no va a perder el tiempo dando espacio a los negacionistas-, pero que realmente no nos preocupa. ¿Por qué? Porque si así fuera, esa sería nuestra principal ocupación: paliar en lo posible las consecuencias que ya tenemos delante.

Las políticas medioambientales imputan a lo público y lo privado pero son también, muy importantemente, económicas. Encabezar plataformas de desarrollo que hagan de nuestra necesidad virtud debería estar en la cabeza de lista de cualquier programa. No porque quede bonito, sino porque nos puede ir la vida, actual y futura, en ello.

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