Carlos Perales tenía una imagen grabada en su memoria. Él era joven y caminaba hacia su casa, en Alcalá de los Gazules. Llovía. Entonces vio a un chaval de su edad que iba montado en un burro, descalzo y con la ropa en muy mal estado. Se estaba mojando. A Carlos se le quedó grabada esa escena porque se comparaba con su vecino. Mientras él iba bien vestido, totalmente a cubierto del aguacero, pasaba por la calle el otro chaval, que iría o vendría de trabajar. Mojándose.

Carlos evocó esa imagen hace quince años, durante una entrevista en la que abordamos asuntos de actualidad y, al tiempo, mostraba cómo era él, qué le importaba de la vida, qué movía su espíritu. O al menos eso pensé entonces y vuelvo a pensar ahora al releer sus respuestas. Especialmente la que relata el episodio del joven pobre que tanto le impresionó. Pero también otras.

Contaba Carlos que se sentía orgulloso de ser una persona normal, modesta, que procuraba no hacer daño a nadie, sino ayudar y hacer el bien en la medida en que podía. No envidiaba nada. Y esto lo anotaba dudando si decirlo sería una inmodestia por su parte.

Contaba Carlos que en su casa le decían que era muy antiguo porque no le cansaba escuchar a Serrat, a Silvio Rodríguez e incluso a Paco Ibáñez. No sé si en los últimos años viajó más pero entonces decía que si pudiese, le gustaría viajar muchísimo y conocer otros países y otras culturas.

Contaba Carlos que él consideraba que la memoria histórica era una necesidad social. Que habría que agradecer a todos los historiadores que estuviesen horas y horas metidos en los archivos inhóspitos desenterrando documentos para ver qué ocurrió en aquella época, en la Guerra Civil y en la posguerra. Ninguna historia hay que taparla y menos esa, tan fundamental, afirmaba convencido.

Contaba Carlos que su juventud había coincidido con el final de la dictadura de Franco y que aquella época le evocaba las relaciones con sus amigos y la ganas que tenían de pelear. Decía que entonces dedicaba prácticamente el día entero a pelear por la democracia y contra el fascismo. Pero no era un militante que situaba la disciplina de partido o la ideología por encima de la conciencia. Por encima, decía, está la condición humana, que no tiene ni izquierdas ni derechas.

Contaba Carlos que la guerra enseñaba a odiar más a la violencia y a la muerte. ¿Y qué le pedía él a la vida? Pues que el sufrimiento no fuese muy grande. En la vida, decía, toca pasar por malos momentos y uno desea que sean lo más suaves posible.

Contaba, en fin, Carlos que de joven quizá había tenido héroes pero que al madurar, ya los veía únicamente en las películas. Y es curioso, porque ahora, al releer sus respuestas, suenan como las de una especie de héroe, de esos a los que la injusticia no les es ajena. Un héroe normal.

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