Para llevarte al huerto a quien pretendes, con la adulación no basta. La confianza se gana con algo más que bonitas palabras. Hay que prodigarse en la empatía, fortalecer lazos de unión con vínculos afectivos, brindar ayuda cuando se precise y tener gestos permanentes con quienes nos rodean. La vida en comunidad exige sacrificios y una entrega ejemplar hacia esos círculos sociales que, cuando lo requieras, deben ser recíprocos, evitando abandonarte.

Hace ya siglos que la tribu, como sistema de organización humana, acabó sepultada en la Amazonia y en las bibliotecas de antropología, dando paso a una versión individualista del mundo, que deshonra y echa por tierra los orígenes del 'Homo sapiens'. Así derivamos a perfectos desconocidos, egoístas, distantes y huidizos, lo contrario de gregarios. Por desgracia, las civilizaciones sólo descubren quién vive enfrente, cuando asoman las guerras, crisis o catástrofes. Dicho de otro modo, averiguas el que habita la vivienda contigua, cuando te falta la sal un domingo.

Yo llevaba años evitando eliminar una frondosa higuera de mi jardín, que había invadido los colindantes y puesto en jaque las tuberías comunitarias. Pese a demorarlo y resistirme, finalmente no hubo más remedio que talarla en plena pandemia, viendo cómo perdían su hogar cientos de pájaros que me dejaron gran huella en el alma. Recordé que Judas se ahorcó en idéntico árbol y durante muchos días no quise ni mirar de puertas afuera.

Pero una vez despejada la selva en que se había convertido el patio, observé atónito el regreso de una tórtola sedentaria y cómo crecían también más libres los otros dos árboles que aún quedan en pie. Ahora ya sólo espero que den sus frutos para regalárselos a esos admirables vecinos que, durante el duro confinamiento, demostraron que no estamos solos en la galaxia...

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