Qué dolor, yo no sé cómo no les da pena, con lo que han pasado. Hay que ver el rey ese moro... Ese dicen que tiene de millones, Álvaro... Que tiene chalés... De todo, por todos lados. El tío dicen que vive en un país de por ahí, en Inglaterra... No, en Inglaterra no, más para allá.

Además, como tiene tantas mujeres, nada más que para pagar a esas mujeres y para ese tren de vida que lleva...

Y después, abre las puertas para que se ahoguen todos los pobrecitos ahí, en el agua, que han llegado exhaustos, totalmente lacios perdidos... ¿Y el chiquillo ese, que el muchacho de Jerez lo ha salvado? ¿Te has enterado? Dicen que lo llevaba la madre en la espalda. La madre estaría ya la pobre medio muerta y ese muchacho salió corriendo y lo salvó... Qué pena, qué pena.

Que un tío tire ahí los millones como si fueran basura y que otras criaturas se tengan que jugar la vida así, de esa manera...

El miedo que tienen que pasar. ¿No viste un negro que se agarró a una de las muchachas? El pobrecito, agarrado a ella, que estaba totalmente nervioso. Temblando, que estaba temblando... Qué dolor. Pues nada. Y no se querían ir, porque dicen que se mueren de hambre allí en África. Dicen que no tienen nada, ni derechos, ni trabajo ni nada. Claro, se enteran de que aquí, por lo menos, hay comida... Pues lo que quieren es venirse para acá, para comer. Ojú."

El otro día decidí grabar la opinión de mi abuela sobre la crisis migratoria de Marruecos sin que se diera cuenta. Sin apenas saber escribir, en sus palabras -y en sus ojos- había mucha más humanidad que en gente con mucho menos de 87 años. Seguramente ella, ni nadie de nosotros, tenga la solución a un problema tan grave como que lleguen africanos a nuestras costas descontroladamente.

Sin embargo, demuestra que todavía hay un ápice de esperanza y bondad dentro de las personas, aunque otros se encarguen diariamente de hablar de una invasión como si esto fuera una película americana.

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