Análisis

francisco andrés gallardo

La inspiración de Cádiz en Madrid

Esquina con Barcelona. Ahí, en Cádiz, está Rosi La Loca. En la calle Cádiz de Madrid, en el barrio de Las Letras cerca de la Puerta del Sol, epicentro del que hay que huir. Alrededor del reloj de las uvas predominan franquicias de lo más vulgar, cervecerías de turisteo y sablazo, tapas recalentadas en entornos rancios y quitahambres sin valor.

El grupo de restauración La Cabra Loca ha puesto en el Cádiz de Madrid un local que no pasa desapercibido a la vista para que además la experiencia gastronómica tenga sabor, sentid y sentidos.

Rosi la Loca se aparece ante el caminante (que puede ir ya desorientado entre tanta mesa anárquica) como una casita tropical, como un regalo traído desde México, hospitalaria, encantadora. Un recinto amarillo, qué mejor, con complementos en fucsia, avasallado de florones y tonos tropicales que además de llamar la atención del que pasa y del que llega predisponen a que dentro, o en su terraza de bidones chillones, el visitante vaya a pasarlo bien. Cliente en forma de convidado en familia, tratado con complicidad atenta y un aire canalla.

Y se pasa bien con cócteles y una carta no demasiado extensa y que alterna elaboraciones clásicas, nuestras, con recetas foráneas que ya formando parte de nuestras cartas y unas presentaciones divertidas que como poco sacan una sonrisa antes dar el primer bocado.

Los baocatas de carrillera (Oriente con la cocina de casa) y los tacos de aguja de cerdo (México con Huelva) son un ejemplo de este sello de la disparatada Rosi, una vecina que pone su estridente casa de Cádiz, de la calle Cádiz, a disposición de un comensal divertido.

Con burrata, zamburiñas o jamón ibérico, a la carta se han sumado unas cremosas croquetas de almendra y mojama que son un homenaje a esta gaditana localización en el callejero.

Javier Alfaro es el chef ejecutivo de este local dispuesto a sorprender más allá de la puesta en escena. El tataki de atún con algas, tan habitual ya por todas partes, navega así por el centro de Madrid, entre patas de pulpo a la brasa que se apartan de lo típico. A su vera, los personajes de Alicia en el País de las Maravillas que son los recipientes de los jaraneros cócteles que se enmarcan entre esos colorines locos de una casa que es un refugio, lo que es mucho entre calles llenas (por fin) de turistas oreados por el Madrid histórico. Un lugar sin locuras de precios, que empuja al buen humor, frente a tanto kebab de plástico y cerveza mal tirada. Rosi la Loca es tan divertida como rigurosa y seria, con riesgo, en hacerlo pasar bien a todos. A todos los sentidos

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