El David de Miguel Ángel tiene a sus pies un ordenador con el que puedes ir recorriendo la anatomía de esta obra de arte de la escultura. Resulta realmente curioso comprobar el rostro del que fuera rey de los hebreos. No está nervioso pero frunce el ceño anticipando lo que está a punto de suceder: una piedra lanzada por su onda se va a incrustar en la frente del enemigo que tiene ante sí, un guerrero enorme y asesino. Esa tranquilidad que caracteriza al David es, sin duda, uno de los dones más grandiosos que puede tener el ser humano. La templanza no se despacha en ningún ultramarino ni tienda especializada. Tampoco es algo que venga de nacimiento. Se puede enseñar a tener temple. Nuestra clase política (más clase que nunca, hasta por parte de quienes reniegan de ella) está tan falta de este rasgo que es capaz de ver gigantescos Goliath donde tan sólo hay carros llenos de empleos, aunque sean por unos días y en forma de 'motorada'.

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