Análisis

eugenio vega geán Profesor de La Salle-Buen Pastor

El legado de La Salle

El Viernes Santo de 1719 el párroco de San Severo de Ruán, capital de la Normandía francesa, acudía a dar la extrema unción a uno de sus más singulares feligreses. Cuando llegó a la modesta celda monacal, vio a un hombre abatido por sus muchos años y postrado en un lecho a cuyo alrededor oraban unos treinta jóvenes revestidos de simples sotanas, y más allá de las puertas, en el patio de la escuela, los niños guardaban un inusitado silencio. Posiblemente esa sea la imagen que todos guardamos de los últimos momentos de la vida de San Juan Bautista de La Salle, y que quedó inmortalizada en la gran pantalla. Este anciano champañés de Reims de sesenta y ocho primaveras entregaba su alma y su obra a Dios definitivamente.

Aún cuando tenía fama de santo, pocos coetáneos vislumbrarían la trascendencia de su misión. Había tenido una existencia plena y muy ajetreada, fruto de su inquietud espiritual y social, en la que había probado las delicias de los privilegios del alto clero en un canónigo de linaje como él, las tempranas y dolorosas pérdidas de sus padres, así como la responsabilidad de ser el cabeza de su familia con apenas veinte años. Es posible que su compromiso como joven capellán de unas religiosas dedicadas a la enseñanza, las Hermanas del Niño Jesús, así como su vinculación a personajes singulares del ámbito docente, fueran las inspiraciones de su asociación de maestros cristianos (cuando él muere serían un centenar, repartidos por escuelas de algunas regiones del norte y este de Francia, y Roma), que serán conocidos como Hermanos de las Escuelas Cristianas.

Este grupo de laicos, que habían aceptado voluntariamente la vida y los votos de los monjes, que afanaban como maestros, y que destacaban entre el gentío por su sencillo hábito clerical, intentaron con sus humildes fuerzas remendar las costuras de una sociedad estamental, cerrada, pobre e injusta, donde la desigualdad institucionalizada desnudaba de dorados ajuares y sedas la Francia del Rey Sol. Para ello, su floreciente Instituto ataca el más débil pilar del Antiguo Régimen: la educación de los niños pobres, de los que "mal morían" en el olvidado pozo de los más bajos peldaños del Tercer Estado. Y como toda gran obra, tuvo sus grandes opositores dentro y fuera de su estructura institucional, que llegaron a hacer tambalear el incipiente edificio.

En un mundo secularizado como el nuestro, cuando no abiertamente anticlerical, el hablar de un revolucionario que dejó su destino en manos de Dios, parecería incongruente. Sin embargo, aquel anciano de Reims cambió su universo y nuestro mundo para siempre, y desde la espiritualidad: "verlo todo con los ojos de la fe, no hacer nada sino con la mira puesta en Dios, y atribuirlo todo a Dios". Nuestro Fundador vio claro el destino, tal como se plasma en sus dos decenas de libros pedagógicos y espirituales, que rompen con un pasado inmóvil.

La Salle consagró religiosamente el trabajo del maestro y su persona, y con estos mimbres transformó una pedagogía ya entonces obsoleta. Descubrió caminos irreversibles, y hoy, tres siglos más tarde, la innovación sigue siendo el sello de nuestros centros lasalianos: la apertura de escuelas primarias gratuitas, profesionales, dominicales para adultos y obreros, noviciados y escuelas de formación de futuros maestros seglares; el sentido común unido a la experiencia académica, la enseñanza en la lengua vernácula, y simultánea según los grados de conocimiento o edad; la participación de los alumnos, y su implicación en el propio proceso de aprendizaje, y el respeto por la libertad del niño y del joven, ayudándolo a crecer íntegro y a vivir de acuerdo con el espíritu humanista cristiano, para aportar trabajo y corazón a su sociedad y a su Iglesia.

Este introito tuvo en nuestra tierra un trascendental y definitivo capítulo casi dos siglos más tarde, en la España de la Restauración. En Madrid, Cataluña y Andalucía se abren los primeros centros de estos Hermanos (muchos eran franceses que aprenden nuestro idioma) en el último cuarto del XIX. Su éxito y su proyección fueron indiscutibles en todos los ámbitos teológicos, educativos, profesionales o sociales. Hoy, aún en la olvidadiza postmodernidad, los humildes hijos del Señor de La Salle han conquistado el futuro con su huella fecunda.

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