En una ciudad como la mía saberse el santoral al dedillo es casi materia obligada. Sobre todo para las señoras mayores, que son capaces de felicitar a un Hermenegildo y una Eulalia sin recurrir siquiera a Santa Wikipedia. Tan arraigado está el santoral en nuestra localidad, que hasta en las pantallas informativas de los autobuses, entre el aviso de parada inminente y el anuncio de una ortopedia, nos recuerdan a qué buenos señores pertenece ese día.

Casi como una advertencia. Eh, usted, despistado usuario, no se baje del vehículo sin saber que hoy es San Estanislao. Cultura general que nos regala el transporte público. Y eso siempre es de agradecer. Sobre todo para los que no tienen la dicha de deberles sus nombres a personas como San José, la Virgen del Rocío o la Virgen del Pilar, como esta que escribe. Aunque no todos tienen la suerte de aparecer en las pantallas de los autobuses ni estar en la memoria de las señoras que se saben al dedillo el santoral nacional. En la redacción desde la que reflexiono sobre santos y vírgenes está ella. Maravillosa compañera y mejor persona, ella está huérfana de onomástica. Se llama Vanesa y todavía no sabe qué día le pertenece, qué fecha en el calendario está ligada a su persona. En un acto de bondad infinita, otro compañero que celebra su día el 26 de marzo -aunque de su día sólo se acuerden unos pocos elegidos- decidió hacer periodismo de investigación y dar con el día de Santa Vanesa. En la era digital no le resultó complicado dar con la tecla.

Santa Vanesa se celebra el 13 de febrero, quedando su fecha completamente eclipsada por el santo de los enamorados. Aunque lo curioso de su nombre no es la festividad, más bien es su origen. San Google cuenta que fue inventado por el escritor Jonathan Swift para Esther Vanhomrigh, a quien el autor de Los viajes de Gulliver había conocido y a la que quiso regalarle esa denominación. Tomó el inicio de su apellido, le agregó essa y nació Vanesa, el nombre de mi compañera, el de Vanesa Martín y el de Vanessa Paradis. Un nombre huérfano de onomástica hasta hace unos días, pero con una historia mucho más bonita y original que la de muchos otros. Porque, quién quiere deberle su nombre a una columna cuando puede llamarse de la forma que alguien inventó para él.

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