El hombre que, tras mucho esfuerzo e indecisión, se lanzó por fin a abrir su propio negocio. La pareja que tuvo a su primer hijo y deseaba poder hacer con él lo que se ha hecho toda la vida con un hijo. La abuela que vivió una guerra, una posguerra -y sus hambrunas- y pasará sus últimos años encerrada y con miedo. El joven que acababa de cumplir 18 años y ya podía entrar en las discotecas y aquel al que le esperaba una nueva, trepidante y alocada vida universitaria que ha terminado convirtiéndose en un día de la marmota de clases virtuales.

El recién jubilado que, tras más de cuarenta años echando peonadas, tenía por fin tiempo libre para dedicarlo a quienes mas quiere. El cantautor que, tras un duro crowdfunding, logró sacar su primer disco y la banda que tenía un año entero de conciertos por delante. El chaval que se echó su primera novia y no puede disfrutar con ella de otro plan que no sea sentarse en un banco del parque. El grupo de amigos que tenía pensado abrir una nueva caseta en alguna feria.

La joven que iba a hacer su primer viaje lejano y el inglés que iba a venir a España de Erasmus para sentir, en sus carnes, eso que lleva oyendo tanto tiempo de la buena comida española, el Sol y la cerveza barata. La persona de riesgo que vive con el temor constante de que un abrazo más de la cuenta se le termine complicando o aquella que cambió de trabajo y de ciudad y en su nueva vida todavía no ha podido hacer todo aquello que tenia en mente.

Queda poco para que se cumpla un año de la declaración del estado de alarma y el confinamiento total y el coronavirus, en este tiempo, nos ha traído numerosas historias, ligadas al triste fallecimiento de miles de personas en todo el mundo. Un año después, por otra parte, nos seguimos quejando de la mala suerte que hemos tenido con todo esto y nos preguntamos "por qué justo ahora". A nadie le viene bien una pandemia mundial y cada loco tiene su drama, aunque, si tenemos dramas, es porque seguimos aquí.