Todos sabíamos que la fauna política - me imagino que alguno, rara avis, habrá y sea una honrosa excepción - nos tiene acostumbrados a infinitos poses mentirosos que, únicamente, se los creen ellos y aquellos que, como ellos, se encuentran en la pomada engañosa de los que muy poco, por decir algo, aportan a la realidad ciudadana. Estamos acostumbrados a ver a los políticos dirigirse a los demás con toda clase de mentiras y de absurdas posiciones que sólo manifiestan la pobreza de los que las llevan a cabo. Besos falsos, abrazos insustanciales, fingidas carantoñas, frases aprendidas de memoria vacías absolutamente de todo; planteamientos espurios que no convencen ni a ellos mismos, promesas que todos saben que jamás se van a cumplir; fórmulas, en definitiva, de una realidad que sólo tiene como finalidad el conseguir una empatía ciudadana que les aporte los tan ansiados votos para seguir mintiendo.

De esto lo sabemos aquí, allá y en todas partes. No es potestad sólo de algunos. Lo hacen casi todos. Lo que ocurre que, a veces, como nos está pasando últimamente, estos muchachos lo llevan a cabo de manera absoluta y con la mayor sinvergonzonería del mundo. Lo hacen a conciencia, creyéndose que nos convencen con sus absurdas posiciones de mentirosos en ejercicio. Viene todo esto para constatar la imagen de nuestro Presidente del Gobierno haciendo ver que está enfrascado en una importantísima labor como salvador del mundo. ¿Hay, hoy en día, alguien que todavía se puede creer algo así? Me imagino que sí. Tontos hay en todas partes. Crédulos pobrecitos en interesados postulados siguen existiendo en este valle de lágrimas.

Don Pedro, con la camisa a juego con las gamas del cuadro -importante obra abstracta para darse lustre cultural- infunde más lástima que otra cosa. Ni siquiera su mesa de despacho, llena de tonterías, produce un mínimo gesto de convicción. Todo es mentira; creo que, incluso, la macetita. Conociendo la sensibilidad del personaje me temo lo peor. En Ikea las venden a dos euros.

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