Justo en estos días que el SAS se ha permitido el lujazo de transmitir que, y cito literalmente, "hay una eficiente y eficaz coordinación en Urgencias", he tenido que pasar tan solo 48 horas con mi padre, achacado de un infarto, esperando cama.

A estas alturas de mi vida, alejado de los entornos académicos y estudiantiles de mi infancia y juventud, igual los términos eficiente y eficaz, como ha pasado con tantos otros, han cambiado de significado y la realidad de pie de calle, no coincide con la imaginaria y fantasiosa en la que viven nuestros políticos.

Porque si en Urgencias hay eficiencia y eficacia, entiendo perfectamente que estén orgullosos y contentos de su gestión educativa, energética, laboral, en el conflicto catalán, la inmigración y cualquiera de los frentes que tenemos abiertos.

Supongo, que también será eficiencia y eficacia que le hayan dado la cama en el área de Digestivo y no en Cardiología. Igual mi padre tiene el corazón bajo o el estomago subido. Vete a saber.

Y por supuesto, un aparato para tomar la tensión es mucho más eficaz cuando se sujeta el tubo con esparadrapo o al de hacer los electrocardiogramas se le dan un par de buenos golpes para que salga el papel. Eficacia y tecnología punta.

Cómo en todos lados, en nuestra sanidad, al igual que en cualquier profesión, hay vagos, escaqueadores profesionales, desganados y cantamañanas faltos de vocación. Pero, en mi experiencia, casi siempre nos han atendido personas preocupadas por hacer bien su trabajo, asqueados, desmotivados y quemados por una estructura que, desde hace años está falta de recursos y de infraestructuras, pero conscientes que, por sus manos, lo que pasan son vidas humanas.

Y de eso se trata la maldita cama, ni más ni menos. De humanidad. Esa que han borrado de su diccionario nuestros políticos. Cuarenta y ocho horas dan para mucho y en mis cavilaciones sólo la falta de una cama me quitaba el sueño. Y no porque la cama signifique curación, o mejor atención. La cama significa compañía, calor humano, la familia cerca, dignidad. La misma dignidad que ahora se pregona a los cuatro vientos hasta para los animales. Esa dignidad humana que sirve de argumento para justificar la muerte, pero no para quien se quiere aferrar a la vida con todo lo que tiene.

No se pueden imaginar ustedes, o igual sí, las cosas que piensa uno en hacer, si a mi padre le hubiera pasado algo, y no hubiéramos podido cogerle la mano por última vez ni darle un tierno beso de despedida. Supongo que si lo supieran nuestros políticos igual si habría camas para todos.

Pero si hay algo que realmente está carente de dignidad es la ética profesional de algunos medios de comunicación que, basta que la palabra salga por la boca del político de turno, para que se convierta en verdad incuestionable sin fisuras ni cuestionamientos. Hubieran bastado 15 minutos de charla con quienes estaban en urgencias. Lo llaman profesionalidad y rigor. Y mucha responsabilidad.

El político miserable, cuanto menos, puede justificar su catadura moral en su propia miseria. Los cómplices ni eso. Tan malditos como la cama.

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