Está bien que hayan salido adelante las mejoras en la legislación laboral, pues es bueno para las relaciones en las empresas, ha permitido ya el acceso a 15.000 millones de fondos europeos que se supeditaban a intentar favorecer el empleo estable, y ha evitado una situación incómoda, de haberse bloqueado, tanto para quienes lo apoyaban como para quienes iban en contra no por lo que se votaba en sí sino por táctica política.

Una legislación laboral no es por sí misma determinante del empleo, y con las mismas leyes el paro está en un 10% en el País Vasco, y es el doble en Andalucía. La crisis financiera fue tan fuerte que el paro pasó del 8% a 22,5% entre finales de 2007 y de 2011; en ese año cambia el Gobierno y se hace la reforma laboral, pero el paro sigue subiendo y llega a 26,9% en 2013; harían falta cuatro años, hasta finales de 2016, para que bajara del 20%. La reforma laboral tenía su lógica al permitir la adaptación de las empresas en la crisis, pero facilitó más el despido que la contratación en una economía sin buenas expectativas. Las circunstancias actuales son muy diferentes, pues frente a la austeridad en el gasto de entonces los gobiernos de la Unión Europea han empleado alrededor de 1,8 millones de millones de euros, prevaleciendo ahora el criterio de hacer frente a la crisis con todos los medios disponibles. Es este contexto el que lleva a que el paro esté incluso algo por debajo de antes de la crisis sanitaria.

La principal aportación de la anterior reforma laboral fue, sin duda, abrir un camino para suspender temporalmente contratos laborales, lo que se ha aprovechado con los nuevos expedientes de regulación temporal de empleo; pero, claro, esto ha sido posible con un apoyo económico público formidable. Además de perfeccionar la asistencia a empresas en apuros, quedaba pendiente fomentar la contratación indefinida, corregir malas prácticas en la contratación temporal, y dar estabilidad, alcance y dimensión a la negociación colectiva. No es extraño que estos cambios, que no son baladíes, pero mantienen un equilibrio, hayan sido acordados por los trabajadores y los empresarios, y no puede olvidarse que el artífice en su momento de la reforma la ministra Fátima Báñez, ha trabajado ahora en las modificaciones desde su influyente posición en la CEOE.

Paolo Sorrentino vuelve a su Nápoles natal y hace una hermosa película, en parte autobiográfica, en la que el joven Fabietto (Filippo Scotti) vive la época en que Maradona juega en el Nápoles. Las turbulencias de la adolescencia, vocación por el cine, salvarse de un accidente doméstico mortal por quedarse viendo un partido de fútbol, todo depende del destino, que juega un papel esencial en uno de los dos goles que consigue Maradona, eliminando a Inglaterra del Mundial. Cuando se le presiona sobre si metió el gol con la cabeza o ayudándose con la mano, Maradona responde: "Fue la mano de Dios". Es inconmensurable lo que se ha escrito sobre este gol y estas palabras, y Sorrentino las toma como título de su película, recuperándolas como símbolo ambiguo de lo que se hace o bien con la cabeza o bien con la mano; pero ya sea el resultado fruto de una o de otra, "È stata la mano di Dio", el partido se acaba, y la vida continúa.

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