Estos días estamos comprobando la forma en la que la voluntad de un pueblo puede quedar en manos de una minoría. En España hay mucho que cambiar. Hay que hacerlo cuanto antes. Ojalá la solicitud socialista de reformar la Constitución abunde lo suficiente como para garantizar que quien más votos tenga gobierne. Se ha comprobado que es cierto, por completo, que la política hace 'extraños compañeros de cama' y, al final, ya se ve, se conduce a una mayoría a un precipicio político-económico que ni desea ni ha votado. Debemos reflexionar pues nos creemos, en nuestro español modo de pensar, que tenemos una democracia perfecta en el Estado más antiguo de Europa y no es así. Ni mucho menos. Una coalición de cinco partidos minoritarios (hijos de su padre y de su madre) no puede gobernar a las opciones más votadas. La ingeniería electoral se resume, a fin de cuentas, en que un señor que cuelga banderitas rojas o azules en un mapa no le dé un síncope y, gane o pierda, salga satisfecho tanto por lo ganado como por el mal causado al rival. Y así, ya lo ven, no vamos a ningún lado.

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