Visto y Oído
Magno
Desde la espadaña
Recuerda que morirás. Para evitar la desmesura del éxito el Senado romano obligaba a un esclavo a susurrar en el oído del campeón el recuerdo de la fugacidad de cuanto estaba viviendo. Hoy, después de tantos siglos, la arrogancia sigue desmedida en los egos desmesurados del poder. Por supuesto que también en lo cotidiano. Conviene el ‘memento mori’ porque a cada cerdo le llega su San Martín. No hay hombre a quien no le interese su fin; puede que a algún estoico. La fragilidad es, en cualquier caso, el denominador común.
Daos cuenta de que todo lo que nos rodea se vuelve quebradizo y nos supera: las aguas nos inundan, los mares se encrespan, la tierra tiembla y nos engulle. Cuando estás en lo más alto te olvidas de mirar abajo, cuando crees que vuelas sobre el mundo el implacable sol derrite tus alas. Así ha sido siempre, así sigue siendo. Conviene atar corto al ego cuando las cosas parecen lo que no son, porque la condición mortal es infranqueable. No es un tropo artístico más o menos figurativo, ni una figura literaria para trasmitir estilismo, es lo que es: muerte.
Recuerda que eres un ser humano. Aquí no hay trampa ni cartón. El hilo de Damocles soporta la calavera. Y lo mismo da que el atuendo sea de seda que de harapos, unas delicadas alas de mariposa resisten a todo el peso de tu importancia. Me resulta extraño que el materialismo rampante no tenga esto en consideración y quiera desconectar al hombre de tan singular batalla. Por supuesto la finitud ha dejado de ser un tema de diálogo, no se quiere saber de ella, casi diría que ha pasado a ser tabú, como otrora lo fuera el sexo; hemos pasado del sexo a la muerte. De hecho, la hemos relegado a espacios no públicos.
Hemos perdido su familiaridad. Luego vienen las catástrofes y volvemos al existencialismo desesperante, o a esa especie de materialismo humanista que parece querer dar respuesta con solidaridades y oenegés intrascendentes que luego se quedan en agua de borrajas. Nadie se pregunta por el verdadero sentido de la vida, por más que se sepa que el hombre en cuanto finitud es ser para la muerte. ‘El hombre sabe que se muere’, decía Heidegger. En un mundo inconsistente conviene buscarle sentido a tan extensa fragilidad que lo abarca todo.
La sociedad se moviliza ante las riadas. Y está bien; pero ¿qué acciones hay ante el sin sentido de las personas y ante la muerte absurda que proporciona esta vida? No pretendo ser metafísico (quizá también), es abordar el problema antropológico de fondo ¿qué se dice al preguntar sobre la muerte? No es una pregunta retórica. Menos en estos momento de angustia existencial que viven tantas personas por causa de la DANA en Valencia. Por supuesto, ‘lo primero es antes’, que decía un recordado compañero; y, sin embargo, no renuncio a la pregunta sobre el sentido, que se cierne siempre sobre nosotros cuando nos vemos desbordados por acontecimientos fúnebres. La vida adquiere sentido en la medida en que le encontramos sentido a la muerte.
Decía Sartre que ‘una muerte absurda contagia de absurdidad a la vida’. Yo me resisto a esta consigna existencialista y carente de esperanza; acaso me aclara una cosa: la urgencia por esclarecer el sentido de la muerte. No quiero quedar varado en la cuneta ni en el fango, como si fuera un coche para la chatarra ¡de ningún modo! En el trasfondo está el sentido de la historia. La pregunta por la muerte es pregunta por el significado de la historia, si no quiero concluir que todo es una patraña. El viejo marxismo, y el actual materialismo liberal, reducía el problema de la muerte a un problema individual. Hoy, la nueva ideología al uso, al parecer, valora el índice de mortalidad (como si fuéramos estadística) en clave de especie.
Por lo visto la muerte individual se sitúa en la naturaleza más que en el sentido de la persona. Todo ha pasado a ser globalidad, de tal manera que ya no se sabe si lo que prevalece es el equilibrio ecológico o el individuo. Por descontado que, ante este planteamiento, los imperativos éticos de justicia y dignidad se quedan diluidos en los criterios arbitrarios de quienes ejecutan la acción política antes que en el absoluto de la conciencia que rige tales comportamientos ¿Qué significa ‘si necesitan ayuda que me la pidan’? Que el criterio lo tiene el poder y no la dignidad de las personas por encima de credos o lugares.
La falta de trascendencia, de metafísica y de fundamentación antropológica lleva a que el tirano pueda utilizar el dolor como arma política manipuladora. Así, en cualquier caso. Por eso la pregunta sobre la muerte y sobre el sentido de la vida, necesariamente repercute sobre el sentido de la historia y la maniobra que se puede hacer sobre ella. Nadie concede sino Dios ¿Es posible atribuir valores absolutos a sujetos contingentes?
El presente inhóspito obliga a mantener una dialéctica con la historia y sus acontecimientos, y, por supuesto, con la muerte, que se intercala siempre en todos los tiempos y circunstancias. ¿Es posible franquear la sima de la muerte? La pregunta tiene sentido ¿Tiene sentido intentar arrancarle una respuesta? Nos queda la esperanza, precisamente porque no es evidente, porque la inmortalidad no se impone en evidencias y se postula como posibilidad ante la desesperación y el sin sentido. Memento mori. Lo que resta es la esperanza, una trascendencia igualmente reivindicada por el creyente y el no creyente, una aspiración del espíritu que busca continuamente más allá de lo inefable.
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