La muralla podría ser objeto de orgullo total para Jerez si un mal día hace siglos muchos jerezanos de antaño no hubieran decidido ahorrarse la parte trasera de sus casas gracias a ella. En la misma, como saben, se pueden ver hasta alacenas excavadas en la piedra. Es lo de siempre: la muralla era de todos pero al final no era de nadie. Y ya saben cómo acaban las cosas en estos casos. Los visitantes gustan de verla, aunque tuercen el gesto cuando comprueban que va a trozos, como si de un maldito puzzle se tratase. Desde hace años el mayor lienzo expuesto, que es el que se ve en la calle Muro, podría verse ampliado gracias a una vieja bodega abandonada. Convendrán conmigo que quedaría un paseo realmente delicioso. Lo malo del asunto es que Jerez tampoco está como para tirar cascos de bodega, que también son un patrimonio a cuidar pues a cada año que pasa -y disparate que va y viene- nos van quedando menos. En fin, que en esta tesitura ya no sabe uno qué hacer. Lo malo radica en que lo que se hace es dejar el problema en manos del tiempo, para que haga su cruel trabajo. Y adiós patrimonio.

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