El parqué
Jaime Sicilia
Sesiones en negativo
Hay momentos cruciales en la historia en que los acontecimientos pegan un brusco acelerón. Vivimos uno de ellos, aunque quizás no lo percibamos en toda su profundidad. Atentos, muy atentos, porque esos acelerones pueden terminar en trompicones, si no en accidente.
Hace dos años las turbas ultraderechistas asaltaron el Capitolio azuzadas por un ex presidente, Trump, que no aceptaba su derrota. En su aniversario, las huestes ultras de Bolsonaro superaron el desatino: asaltaron en Brasilia el Parlamento, la Presidencia y el Tribunal Supremo. Los tres poderes. Y algo más, porque llevaban dos meses acampados en el Cuartel General del Ejército reclamando un golpe de estado. Los instigadores y financiadores de una operación tan compleja y costosa -busquen entre deforestafores de la Amazonia, empresarios ultra conservadores, negacionistas del cambio climático o algunas iglesias- acabarán ante la Justicia. El presidente Lula Da Silva promete mano dura, especialmente contra los gobernadores y jefes de policía que toleraron las protestas. Pero el golpe, en realidad, lo paró una nota de la Casa Blanca apoyando con claridad al presidente electo. Los poderes fácticos dispuestos a acabar con la democracia brasileña frenaron en seco. Con Trump de inquilino, hubieran tenido cobertura para la fechoría.
Hace menos de un año, Vladimir Putin decidió invadir Ucrania para cambiar el mapa y se lo cambiaron a él. Países hasta entonces neutrales como Suecia y Finlandia ingresaron aceleradamente en la OTAN. Alemania se ha rearmado militar y energéticamente al comprender su error estratégico de depender del gas ruso y confiar en las promesas de paz. Todos los países invierten ahora más en defensa y miran al espacio como territorio de confrontación, algo que no sucedía. La guerra ha desnudado las debilidades del temido ejército ruso: tecnologías superadas, material abundante pero caducado, instrucción táctica deficiente y capacidad estratégica anquilosada, según los mandos occidentales. No basta con la amenaza (real) del arsenal nuclear y con la crueldad de su infantería acreditada en la represión de civiles. Putin confiaba en el "general invierno" que helaría media Europa y obligaría a la claudicación, pero el cambio climático ha suavizado los rigores; mala noticia en otro orden.
Con esos sátrapas declarados -Trump, Bolsonaro y Putin- más los que comparten ideología y métodos, sólo que no se atreven aún a expresarlo, "vivimos una ola antidemocrática que amenaza la convivencia entre humanos", ha escrito el profesor Manuel Castells en La Vanguardia. Detectar partidarios de esa peligrosa corriente y advertir de su presencia en la política y en la sociedad es imprescindible para prevenir la extensión del virus. Miren a su alrededor, vivan donde vivan, y descubrirán políticos perdedores que descalifican a los gobiernos surgidos de las urnas, y a los pactos imprescindibles si no hay mayorías, calificándolos de "ilegítimos". No es sólo una pataleta. Es la conexión explícita con esa ola antidemocrática que nos amenaza. Después continúa en la limitación de derechos sociales y laborales ya conseguidos y en la degradación de las condiciones de vida en la sanidad, la educación y el clima de libertades.
El mundo en general está cada vez más polarizado y dentro de cada país con más nitidez. Se atrincheran a ambos lados políticos, comunicadores, jueces y algunos poderes económicos. Romper los bloques es imprescindible. Todo sucede a gran velocidad. En competencia con los mejores guionistas de series que anegan las plataformas televisivas, los telediarios (salvo los meramente propagandísticos) son una crónica diaria de esa aceleración. Calma y reflexión.
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