Visto y Oído
La casa
Dicen que un hombre no es nada sin su patria, ¡Y cuánta razón llevan!, pues lejos de esta siempre tendremos la sensación de escasez, y aunque de todo nos sobrara, nunca estaríamos completo, sino más bien amputados por el alma.
El hombre está unido a su patria a través de un cordón umbilical invisible, y entre esta y el destierro nos quedaríamos con la cicuta. Que le pregunten sino a Sócrates, que para ser griego ya era muy de aquí, muy de nosotros, anticipándose a Los Chichos en eso de "Dame veneno que quiero morir".
Pero la patria de la que hoy les hablo no conoce ni tiene fronteras físicas, ni aparecerá jamás en ningún mapa, en ningún plano. No es ni patria chica, ni entiende de nacionalismos exagerados. La patria que hoy ocupa mi Palquillo, es aquella patria de nuestra infancia. La del País de Nunca Jamás. Sin Peter Pan, pero con Campanilla, sobre todo aquella que desde las paveras tronan a gloria bendita anticipada, como a pascua temprana entre ríos de sonrisas y sotanitas almidonadas que rebosan caramelos y estampas de entre sus cestos de enea.
Tenemos que volver a nuestra patria, al País de Nunca Jamás. Si la cuaresma es un tiempo de conversión, volvamos a nuestra patria. Si para entrar en el reino de los cielos tenemos que ser como niños, tomemos el camino más corto de vuelta a casa, tal y como marcan nuestras reglas.
Bajémonos del caballo de San Pablo para montarnos mejor a lomos de una borriquita con la ilusión y la luz de un Domingo de Ramos. Aparquemos nuestras rencillas y los rencores, que nos duren los que dura una pataleta de niño. Borrón y cuenta nueva.
Abramos los ojos, efetá para nuestros oídos, porque todo por la gracia divina se nos vuelve a dar. ¿Acaso no lo oyes? Todo está de nuevo por llegar y por estrenar, como un niño con zapatos nuevos y chaqueta de Rianal.
Volvamos a nuestra patria, al País de Nunca Jamás. Volvamos a sentir este pellizco en las entrañas, porque es tiempo de gracia y lo andábamos esperando en el almanaque de nuestras almas. ¿No lo ves? Abre los ojos del corazón mientras te despojas de todo aquello que te llena de amargura, que para Amarguras, ya los Font de Anta la dejaron escrita en un pentagrama eterno que siempre nos sorprende a la vuelta de cualquier esquina, entre una nube de incienso y un paso de palio sobre los pies.
Tenemos que volver a estrenar, volver a nuestra patria, volver a ser niños, que así nos quiere el Señor. Cojamos nuestras palmas y olivos.. ¡Hosanna al Hijo del Hombre!
El tiempo pasa y con el nuestra vida, que ya este año se encargará de volvérnoslo a recordar la Chacha del Santo Entierro en la tarde del Sábado Santo. No sabemos lo que tardará en pasar este cortejo que son nuestros días. Aquí no hay palquillo de toma de hora, ni fiscal de paso, ni diputado mayor de gobierno, sólo el de arriba lo sabe... Así que aprovechemos para volver a nuestra patria, al País de Nunca Jamás. Yo me vuelvo ¿Me acompañas?
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