Hace justo una década, nadie en España podría imaginarse la situación que estamos viviendo hoy en día. Es posible que los cambios en nuestra forma de vida actual no tuvieran que ver con el uso de mascarillas ni con la distancia social, sino con un formateo del sistema político y social español -e incluso europeo-, producto del 15M. Si bien es cierto que consignas como "¡Democracia real ya!" o "no somos mercancía en manos de políticos y banqueros" quedan bastante atrás, sirvieron para lograr la ruptura definitiva del bipartidismo y la aparición de un partido que, al menos al principio, parecía que haría temblar los cimientos de lo establecido en los años posteriores.

Si el próximo sábado habrán pasado justo diez años del mismo 15M, hoy se ha cumplido una semana del cierre del ciclo que comenzó ese día. Pablo Iglesias, arrasado en las elecciones a la Comunidad de Madrid, decidió dar un paso al lado y desaparecer de la actividad política.

Hablar de la vida política de Iglesias daría para rellenar cien veces las líneas que se me permiten hoy. Su aparición en las tertulias televisivas, con ese carisma arrollador y esa 'parla' que -sin interrumpir a nadie- puso contra las cuerdas a más de uno, le permitieron erigirse como la figura de un futuro más igualitario y esperanzador. No obstante, la persecución maníaca sufrida -tanto por él como por su familia-, incluso con insultos aludidos a su físico -algo llamativo, también-, lo acabó convirtiendo en el mismo Satanás para la España conservadora. Su ego, otro duro enemigo con el que lidiar, terminó de hundir su futuro político y en estas nos vemos.

Al final, criticado desde siempre por la derecha y desde hace algo menos por la izquierda, por su evidente aburguesamiento y el olvido casi total de la causa por la que todo empezó, Iglesias pasará a la historia como el político que casi lo cambia todo. Y ahora, teniendo en la pantalla la misma película con distintos actores, el futuro parece mucho menos esperanzador que durante aquel 15 de mayo.

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