Análisis

Susana Esther Merino Llamas

En tiempo de conversión

En el momento en que la ensoñación de un anhelo se torna en tan real que nos llega a arañar lo más profundo de nuestra esencia, es cuando dejamos que nuestros sentimientos afloren sin permiso.

Las calendas se tiñen del morado penitencial, para que volvamos a dar la bienvenida a este tiempo litúrgico de conversión, la bendita Cuaresma. Cuarenta días con sus cuarenta noches se convertirán en la antesala perfecta para llegar a las santas jornadas de la Semana Mayor revestidos, sobre todo, del arrepentimiento del que hemos de ser conscientes para alcanzar la redención de nuestras culpas.

La liturgia, ceñida de simbolismo, nos invitará a acercarnos de una manera distinta a la del resto del año, a las figuras de Cristo y María. La Cruz de la Salvación se hará más presente que nunca en los diferentes altares de culto que lucirán a las plantas de los retablos de nuestros templos. Las enseñanzas salidas de boca de nuestros predicadores, serán ese resorte que nos ayudará a la meditación a la que estamos todos llamados. Las cotas del buen hacer de los equipos de mayordomía alcanzarán nuevamente los niveles más altos de la maestría y el primor. Los ajuares de nuestras Vírgenes volverán a ser perfumados por las manos de sus camareras y vestidores. La luna de Nissán se irá asomando tímidamente, casi sin darnos cuenta, para ir derramando la plata que bruñirá los varales de nuestros palios y los ciriales que procesionarán en las funciones Principales de Instituto. El olor a cera derretida y la luminaria que abocetan los cirios de los hermanos y devotos que acompañan a un cautivo o a un crucificado en el piadoso rezo del Vía-Crucis, conferirán a la fría noche esa pincelada de fervor y calidez bajo la cadencia del Padrenuestro y los sones de las capillas musicales. Los adoquines de los barrios con sabor a leyenda e historia, se transformarán una vez más en la mejor de las alfombras donde la huella del rachear costalero quedará marcada en esas noches de ensayo, donde la devoción, el reencuentro y la fraternidad se dan la mano. Los horarios de las secretarías se verán ampliados notablemente para dar paso al conteo de los recibos y papeletas de sitio expedidas durante el día. El albor de los azahares nevará sobre las ramas de las arboledas, a la par que su fragor quedará fundido con las nubes de incienso que rezumarán los muros de nuestras iglesias. Las máquinas de coser de los talleres de costura funcionarán a destajo entre los hilvanes de los dobladillos de sargas y terciopelos. Las orquídeas, las rosas y los claveles, estarán prestos de nuevo para aromar el lamento y el dolor de nuestros Sagrados Titulares. La convivencia entre hermanos se hará de nuevo patente contando por testigo con el sonoro brindis del reluciente cristal de unos catavinos. El resultado de lo que quedó perfectamente plasmado de la anterior Semana Santa por el objetivo fotográfico, lo contemplaremos en la inmensa cartelería cofradiera. El noticiero semanasantero quedará casi permanentemente de guardia para convertirse en los fedatarios del torrente informativo pasional. Los atriles dejarán descansar sobre él los folios repletos de piropos y requiebros al Señor y nuestra Santísima Madre.

Y es que, queridos amigos, por fin se hizo realidad el sueño. Hoy empieza el tiempo de conversión. Hoy es Miércoles de Ceniza.

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