Análisis

Felipe Ortuno M.

De lo urgente a lo importante

La filosofía se ocupa de dos clases de temas: las cuestiones resolubles, que son triviales, y las importantes, que no tienen solución. Afortunadamente, la comida todavía es un tema importante en nuestra dieta y, por ahí, quedaría un espacio aceptable de discernimiento, entre lo que merece la pena y aquello otro que es fruslería y bagatela.

Es difícil centrar el tema mismo de la importancia cuando de sobra sabemos que, a veces, en el transcurso de una investigación, es más significativo el proceso de la misma que el logro. Que sea importante en la vida depende de muchos factores, y para no perderse, entre tantos, conviene centrar lo que hacemos, más en el hecho mismo de hacerlo, que en la supuesta conclusión.

Me gusta considerar, por ejemplo, que, en el descubrimiento de los científicos, lo que realmente resulta importante es la propia ciencia; y otro tanto ocurre con la pregunta sobre lo más importante. Quizá lo importante sea la pregunta. No quiero rizar el rizo, pero esta inutilidad de indagar sobre la pregunta puede llevarnos a esa imposible respuesta que sigue siendo otra pregunta. La vida. Está claro que entre tantas cosas que nos suceden, en este mundo tan complexo, hay muchos problemas que nos desviven por su urgencia y, de tanto volcarnos en ellos, perdemos la vida, que es lo que verdaderamente importa. He aquí el asunto.

Parece que lo urgente y lo importante compiten desaforadamente entre sí. ¿Cuál sería la solución para ganar tiempo en la importancia y perder tanta urgencia? Los problemas están ahí, son ineludibles, nos preocupan, atenazan y esclavizan. ¿Qué hacer? A consabida cuenta que las recetas son imposibles, podríamos, sin embargo, cambiar la actitud ante las cosas si diéramos en considerarlas en lo que realmente son, valen y merecen la pena. Conviene ocuparse, sin duda, con tal de no preocuparse; conseguir darles la importancia que verdaderamente tienen para, de este modo, crear una escala de prioridades que ilumine. No todo vale lo mismo, ni en todo podemos volcar la misma energía.

Alguien dijo que lo más importante de un discurso son las pausas. Merece la pena considerarlo para no dispersarnos en multitud de tareas vampíricas, que de tanto chuparnos el tiempo terminan por extraernos la sangre. Hay momentos en la vida en los que hay que saber dejar lo urgente por lo importante ('lo primero es antes', decía el mercedario Padre Jesús, cuando, juntándosele muchos quehaceres, solventaba en uno). Así ha de ser, si tenemos criterios y principios, sin los cuales vano sería todo cuanto digo y sugiero. Urgencias, las del hospital. Todo depende del momento histórico en que se viva ¿Qué fue más importante, la batalla de Aljubarrota o la introducción de la patata? Que cada cual se conteste a sí mismo ante este dilema que planteo.

Lo que parece menos importante, tiene, según en qué momento, más repercusión que la declaración de la Independencia de los Estados Bolivarianos. Yo opto por la patata, sin lugar a duda; y, además, me considero la persona más importante que hay en el mundo ¿que no? Ahí lo dejo. Porque me siento libre, al poder bromear sobre algo tan importante. Pudiera ocurrir que mi tema, tan importante, no lo sea tanto para otros. Depende, 'todo depende'.

El grado de importancia redundará también en el grado de tolerancia que consideremos hacia el parecer de otros: para un burro será el heno, para un cangrejo el agua, para un juez el cumplimiento de la ley y para un relativista nada (nivel en el que ahora nos encontramos). De ser algo importante tendría que referenciarse a un absoluto, un vértice que por pequeño que fuese diera escala de valor a tantas cuantas personas haya. Ya se sabe que los ajetreos existenciales nos tienen a los cascos de los caballos, como 'el diablo sobre ruedas', famosa película de suspense en la que Steven Spielberg supo abocarnos al abismo de la ansiedad y del infierno.

De igual modo hoy, vivimos perseguidos por la prisa, acelerados por el cronómetro de la urgencia y la zozobra. El fondo está en si con ello vamos a alguna parte del yo que sea más trascendental que sumar tiempo y quehaceres. Me viene al caletre aquella escena evangélica, tan dulce, en la que, estando Jesús en casa de Marta y María, hermanas de Lázaro, da la clave de cuanto estoy diciendo: 'Marta, Marta, te preocupas y agitas por muchas cosas; sólo una es necesaria. María ha elegido la mejor parte, y no se le quitarán' (Lc 10,41-42).

Quiero la cosa necesaria, que, además, nadie puede quitar al albur del toma y daca en el que nos encontramos. Algo imprescindible, que merezca la pena, con lo que nadie pueda mercadear y a la postre me dé la paz entre tanto vaivén innecesario. 'Reloj no marques las horas porque voy a enloquecer'. Entre lo urgente, sólo una cosa es importante; y a falta de saber qué sea, estamos, mientras tanto, perdiendo demasiado tiempo.

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