Ayer me metí entre cuerpo y espalda un curso acelerado de tasaciones. Fue en el transcurso del juicio por los huertos de ocio de San José Obrero. Allí, en la sala, se ha llegado a decir que el mundo de las tasaciones "es muy complejo". Y es cierto. Pocas cosas son más complicadas que poner valor a algo. Puede ser algo tangible, como una silla Luis XV, o intangible, como el honor mancillado. Valorar es complicado. En muchas ocasiones recae sobre el juez determinar un precio para algo que, evidentemente, no lo tiene, como puede ser la indemnización a pagar por un criminal por segar la vida de un ser humano. Es complicado. Una lenteja no vale nada, a menos que trate de la última que quede sobre la faz de tierra. Un yate es carísimo pero carece del más mínimo valor para quien odia el mar. Vivimos en uno tiempo en el que solemos ponerle un precio a todo aunque en verdad no lo tenga. Podría ponerme cursi recordando esas sonrisas que nos brindan los seres queridos o tomar un buen vino con los buenos amigos. No todo tiene precio. Aunque nos empeñemos en ello.

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