Análisis

pedro manuel espinosa

El verdadero robo del siglo

La caverna catalanista está empeñada en desprestigiar el ciclo triunfal del Real Madrid

El robo del siglo no fue el penalti de Benatia a Lucas Vázquez que hizo a Buffon perder la chaveta. El verdadero robo del siglo está siendo la campaña que la caverna catalanista están orquestando para desprestigiar las tres Ligas de Campeones ganadas por el Madrid. Durante décadas les sirvió de coartada que los blancos no tenían Copas de Europa sino ánforas, luego fueron las bolas calientes en los sorteos, los caminos allanados hacia la final, y ahora, tras un ciclo triunfal más propio de otras épocas y que no se repetía desde que lo consiguieran de manera consecutiva el Ajax de Cruyff y el Bayern de Beckenbauer, resulta que al Madrid le han regalado los trofeos, que no se los merece, que Ramos se cargó a Salah y al portero guapito, que el árbitro le regaló el pase ante la Juve; el pasado año fue la expulsión del leñero Vidal, que si vistiera de blanco sería el demonio de Tasmania, pero como odia al Madrid es un niño de San Ildefonso. En la anterior es que tuvo suerte en los penaltis ante otro equipo cagón, el Atlético de Simeone, el mismo que los apeó a ellos de la competición. Por no hablar del cabezazo de Ramos en la décima. Suerte, cosa de brujas, decía Xavi Hernández. Puyol y Guardiola, más elegantes, reconocían la dificultad de encadenar Copas de Europa, algo totalmente desconocido en el Camp Nou, algo que no pudo hacer ni el Dream Team primero, ni los Ronaldinho, Deco y Henry después; ni Messi, el todopoderoso Messi, ahora.

Las excusas son tan infantiles como indignantes. Entre otras cosas porque olvidan, a posta, auténticas lecciones de fútbol del Madrid en su historia, de los goles de Gento o Puskas al taconazo de Redondo en Old Trafford, la volea de Zidane en Glasgow o la chilena de Bale en Kiev. Olvidan la inteligencia futbolística de Raúl, la calidad de Roberto Carlos, la pujanza de Sergio Ramos, los remates de CR7. Todo lo quieren tapar por pura envidia. Y porque el buen fútbol es patrimonio culé.

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