Las legislaturas son largas travesías. El político, ya lo sabemos, tiene vocación de viajero solitario. Prefiere que nadie le diga qué bosque atravesar o qué comer. Lo que les gusta es decidir él solo cómo alcanzar su destino. En muchas ocasiones hay quienes tienen la opción de recorrer la referida senda en solitario, si bien en otras ocasiones se ven forzados a hacerlo acompañados. Siempre se ha dicho que la política hace extraños compañeros de cama. Cabría añadir que también de camino. La ruta que seguirán los viajeros de la política nadie la conoce, ni ellos mismos. También desconocen qué se encontrarán en la ruta, ni siquiera si van bien pertrechados para hacer frente a las contigencias. Tan sólo hay dos reglas absolutamente ciertas en todo ello: el camino concluye a los cuatro años (se haya ido por donde se haya ido) y que los compañeros de viaje, cuando éste casi toca a su fin, se separan con la necia intención de que parezca que nada han tenido que ver. Que pasaban por allí. Penoso.

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