El personaje de esta semana; no, más bien sólo el personaje del primer día de esta semana, ha sido la estudiante de enfermería Elena Cañizares, positiva en coronavirus y expulsada por sus compañeras de piso, atenazadas por el miedo, superadas por la ignorancia del contexto y ayunas de la experiencia vital de la medida y la sensibilidad.

Fueron expeditivas con la compañera enferma y ella, con razón, quiso desahogarse este domingo en las redes sociales para pasmo general. Es decir, para pasmo viral: con una reacción unánime de proporcionalidades geométricas que convirtieron la anécdota particular de una joven en un suceso de interés social. En pocas horas hubo excesos verbales y demasiadas reacciones airadas. Se dio alas a la víctima, necesitada de tal apoyo multitudinario, pero ha existido ensañamiento contra las jóvenes inductoras de una decisión errónea aunque tomada en un ámbito particular.

Lo de Elena Cañizares ha sido el típico caso de un trending topic excesivo. Una sobreexposición de un problema personal que ha desencadenado una iras y unas ganas de represalia hasta límites insanos. El resultado es una joven víctima agasajada con saturación y unas culpables que han terminado siendo víctimas aún mayores por acoso. Cañizares, que dio la vuelta al mundo en un hilo y hasta vivió su momento de gloria en La resistencia (el gran ratito que ha de vivir cualquier millennial que aspire a la gloria efímera), tuvo finalmente que retirar su historia aunque la marea de resquemores a distancia siguió inundando los timelines.

Lo viral convertido en noticioso llega a ser arriesgado por el altavoz de los medios tradicionales, que terminan sellando el marchamo intergeneracional y de importancia. El caso de Elena Cañizares es un problema que en las circunstancias de otro tiempo se hubiera resuelto con unas quejas y si acaso con el papel de algún abogado. En este 2020, donde todo el mundo anda entre nervioso y desanimado, ha desembocado en el cadalso. Y deseando que no termine peor.

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