NUNCA insistiremos bastante en que a medio y largo plazo lo que un país se gasta hoy en educación constituye su mejor inversión. Nunca tendremos un desarrollo armónico y prolongado sin una población formada y capaz.

Entre los espejismos que generó, o intensificó, entre nosotros la burbuja inmobiliaria no es el menos grave la atracción fatal que supuso para muchos adolescentes españoles: dejaron las aulas precipitadamente ante el señuelo de un trabajo abundante y bien pagado en los andamios. En cuanto pudieron, o sea, cuando cumplieron a regañadientes la etapa de la enseñanza obligatoria, se apuntaron a la construcción, creyendo que allí habría dinero fácil para muchos años y sin necesidad de cualificación. Otro tanto ocurrió con los estudiantes procedentes de la inmigración, que son los más propensos a dejar el sistema educativo en los malos tiempos.

En poco tiempo el sueño derivó en pesadilla. Vino la crisis, el estallido de la burbuja y la evidencia de que para encontrar un empleo más o menos estable es bastante mejor tener un título universitario o de Formación Profesional Superior que haberse quedado a las puertas del Bachillerato. Como suele ocurrir, el arrepentimiento llegado demasiado tarde: viene la Comisión Europea con sus estadísticas inexorables y nos recuerda que España se encuentra a la cabeza del continente unido en abandono escolar. Al 31,2% asciende el porcentaje de jóvenes entre los 18 y los 24 años que deja de estudiar en el mismo instante en que puede legalmente dejarlo, al acabar la ESO.

Estamos empatados en abandono con Portugal y solamente presenta una cifra peor Malta, una nación residual con la que jamás deberíamos compararnos. Y no es una pura cuestión de nivel económico. Hay también elevadas tasas de abandono y fracaso escolar en Italia o Reino Unido, mientras que los cuatro países mejor colocados (donde más población juvenil continúa escolarizada hasta los 24) son Eslovaquia, Eslovenia, Polonia y la República Checa: territorios ex comunistas en cuyas pautas de conducta continúan pesando valores como la disciplina, el esfuerzo y la cultura.

Si las reformas laboral y de las pensiones son perentorias y la financiera imprescindible en la actual coyuntura y para prevenir males mayores, la de la educación es una necesidad absoluta para ganar el futuro. Los partidos que hasta ahora han gobernado en España se han enfrentado a los problemas educativos con más preocupación por dejar su impronta en el sistema y satisfacer sus concepciones ideológicas -desmontando las de sus antecesores- que por preparar a los jóvenes para acudir con garantías a un mercado de trabajo duro, competitivo e intransigente.

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