No tengo la menor duda de que Irene Montero es una buena madre, tanto que se ha encargado de que su descendencia tenga el mejor servicio posible. Lo que sí empiezo a dudar seriamente es que la ministra de Igualdad tenga una noción más o menos realista de lo que es una niña de 16 años en la actualidad. No hablo de una chica africana que con esa edad cuida de sus hermanos y se hace 20 kilómetros diarios para ir a por agua, sino de una menor cualquiera de nuestra sociedad opulenta, un mundo hipersexualizado e hipermercantilizado frente al que apenas tiene herramientas éticas y morales con las que defenderse. Nos guste o no, el índice de madurez de los menores de hoy es muchísimo más bajo que el de hace 50 años. Quisimos que nuestros hijos no se perdieran la infancia y ahora tememos que no alcancen nunca la adultez. Habrá que corregir el tiro. Mientras tanto es mejor no hacer demasiadas tonterías, y permitir el aborto a los 16 años sin consentimiento familiar lo es en mayúsculas, por no decir otras cosas muchas más duras por las que el Ejecutivo me podría acusar de agente de la crispación.

La mayoría de los menores de 16 años no saben ni elegir qué carrera quieren estudiar, pero nuestra ministra de Igualdad, la que recita poemas malos en el hemiciclo, quiere dotarlas de la capacidad para decidir sobre la vida o la muerte de un feto sin que medie el consentimiento de los padres. Empoderar a una niña asustada y sin madurez, darle la potestad para tomar una decisión para la que aún no está capacitada y puede perseguirla como un fantasma el resto de sus días, no es ningún síntoma de avance social, sino una muestra más de la perversa banalidad de doña Irene.

Lo más preocupante de la reforma de la Ley del Aborto que pretende el Ministerio de Igualdad es que vuelve a ser un ataque directo a la familia, esa vieja institución que provoca históricas arcadas en la ultraprogresía, pese a que demuestra una y otra vez que es de los pocos asideros que tenemos los ciudadanos cuando las cosas vienen mal dadas. Ya se ha dicho muchas veces: el mejor Ministerio de Asuntos Sociales (y de Sanidad, Interior, Educación...) es la familia, es decir, ese ámbito privado e íntimo en el que no entran los burócratas, adalides de lo público (oh, lo público). Una niña no podrá pedirse una cerveza en un bar, pero sí desprenderse de un feto como si fuese una verruga. Se detecta en el fondo una nostalgia de la horda, de la masa indefinida sin apenas vertebración. Es el magma social del que suelen emerger los líderes absolutos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios