Cuarto de Muestras

Abran los ojos

Hasta de las peores cosas sale algo bueno

Cuando las cosas se ponen tan feas como ahora y encima nos saturan de cochambrería política y de catastrofismo, procuro buscar cosas en las que refugiarme. Cosas que se mantienen inalterables y que es difícil ensuciar porque nos pertenecen a todos y a ninguno. Busco limpiarme la mirada en una plaza en la que unos niños juegan al futbol, en una panadería a primera hora de la mañana en la que el pan se pregona con su propio olor, en el frío al entrar en una iglesia vacía, en la algarabía de los estorninos como de niños a la salida del colegio echándose al atardecer en los pinos que tengo frente a casa; un enjambre que vuela acrobáticamente haciendo unas figuras desconcertantes que me hacen preguntarme por el enigma de su misterioso vuelo. Hasta que de repente callan y el árbol deja de temblar protegiendo su sueño.

Porque hasta de las peores cosas sale algo bueno. Fernando VII, el rey más nefasto de la historia de España convirtió las colecciones de arte reales en el Museo del Prado en 1819. Este dato me hace ser optimista. De hecho, si estuviera en Madrid cada dos por tres me refugiaría a la hora de comer en El Prado y me quedaría frente a alguno de sus cuadros menos célebres. Frente a alguna tabla primitiva. Cuando dicen que El Prado, ahora que cumple años, es marca España pienso que es mucho más. Es el alma de lo que somos y de lo mejor de lo que fuimos. Es la confirmación de que, aunque lleguemos tarde, Francia ya tenía el Louvre e Inglaterra el British Museum, podemos engrandecernos siempre.

Quién no entienda a los reyes ni a la monarquía española con sus muchas luces y sombras, que se dé un paseo por El Prado y que mire a Felipe II y a las meninas y a la familia de Carlos IV y a Fernando VII y que cierre después los ojos y piense. Quién no entienda el peso y el significado de nuestra religión que se asome a El Bosco, y a Bermejo y a Fra Angélico y al cristo de Velázquez y a Adán y Eva, que se detenga en Rivera, que permanezca junto a El Greco cuanto pueda, que cierre después los ojos y piense. Quién no entienda nuestro carácter que se asome a los bodegones prodigiosos de Sánchez Cotán, que descubra la ternura infinita de Murillo, que mire los ojos de los bufones de Velázquez, que se quede en Goya, que cierre los ojos y piense.

Para huir de la cochambrería hemos de refugiarnos en lo que nunca podrán ensuciar. El alma colectiva de lo que somos. Cierren los ojos y piensen.

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