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Diario De las artes

bernardo Palomo

Absoluto expresionismo flamenco

CUANDO la ciudad se encuentra inmersa en los inquietantes desenlaces de su Festival, único, imprescindible y con la presencia de los mejores en el baile y en todo cuanto a éste rodea, cuando Jerez es cuna, más que nunca, de ese arte con mayúsculas que lo han llevado a ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, las artes plásticas bien pudieran ser el contrapunto idóneo para que lo que se ofrece en Villamarta y en los variadísimos locales que conforman ese dédalo de peñas, tabanco, bares y demás espacios donde, en estos días, se escucha buen cante y se puede admirar los arabescos imposibles de unos pies y unas manos a compás.

A Alberto Lorca lo conocí por casualidad. Me hablaron de él como persona, como médico y como pintor; el orden no tiene, aquí, ninguna lógica y menos importancia. Vi su última producción, curiosamente era de temática flamenca. Poca pintura y, además, bastante pobre - por utilizar un eufemismo balsámico - con este planteamiento representativo se ha dado. La tradición, la poca valentía de algunos, la miopía conceptual de casi todos y el desconocimiento general han venido poniendo demasiado adocenamiento a una estética que, por pura lógica debido a la desmedida fuerza expresiva que lo flamenco conlleva, debería haber obtenido un tratamiento plástico más apasionante que el que habitualmente ha tenido. Por eso, el primer contacto con la obra de Alberto Lorca marcó las pautas para poder contemplar una pintura de características flamencas que se aparataba diametralmente de los parcos gestos expresionistas al uso. En lontananza se atisbaba la posibilidad de una exposición en el marco del Festival de Jerez. Así surgió esta muestra del artista malagueño en esta Sala profundamente implicada con todos los acontecimientos que tienen lugar en la ciudad.

La pintura de Alberto Lorca mantiene muy bien definido un corte esencialmente expresionista; se trata de un expresionismo que abarca todo el estamento que caracteriza a esta tendencia pictórica; desde lo más esencial, con la línea simple posicionando poderosa y sutilmente las formas representadas, hasta lo más duro y gestual donde el apasionamiento de la forma juega un papel determinante. Entre los dos extremos, un absoluto desarrollo ilustrativo que abre las compuertas de la expectación para que el espectador se sienta invadido por la inquietud mágica que desentraña lo flamenco.

En la obra de este artista se siente la fuerza desmedida de lo que surge imprevisto, de la raza apabullante del artista que canta y baila; la mirada capta la forma plástica pero, además, se llena de pasión, de gestualidad, de desgarros, de esa emoción aplastante que hace imposibles los movimientos y rompe los sentidos. La pintura de Alberto Lorca es desgarro, emoción, temperamento. Su obra, figurativa en esencia, transgrede los espacios de lo real para adentrarse en una casi abstracción, matizada por el espíritu de la evocación, que eleva la realidad a los máximos extremos de unos gestos pictóricos llenos de inusitada fuerza expresiva.

La exposición del Diario, aparte ya del apasionamiento formal que plantea, de los desmedidos rasgos de la representación - a veces suaves, a veces extremos - y de la trascendencia artística de la obra, sirve para abrir rutas en una estética flamenca necesitada de los argumentos raciales que exige la propia dimensión de su entidad como arte superior. Con Alberto Lorca se cerraron las pacatas manifestaciones de una realidad pictórica que poco aportó. Después de esta exposición, la indiferencia en la pintura de temática flamenca ha dejado de ser tan previsible.

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