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A rienda suelta
LA política es el escenario perfecto para alimentar la egolatría, no solo a la de aquellos que encuentran en ella su sustento de vida. En torno a ella circulan desde hace décadas determinados personajes que se atribuyen una presunta representatividad sobre determinados colectivos que aprovechan su cercanía con el poder para hacer más grande su vanidad. El político recurre a estos actores para mostrar una imagen de cercanía y complicidad ante la ciudadanía; le da un trato preferencial para que puedan presumir entre los suyos de tener el número de teléfono móvil de algún dirigente y de pasearse con familiaridad por las estancias nobles de un organismo público, además de invitarlos a que opinen sobre asuntos de importancia, aunque su formación y aptitud no estén contrastadas. Les incrementa su ego con fotografías con las fuerzas vivas, con credenciales a eventos de interés y con sillas en las primeras filas de los actos de mayor postín. La regeneración democrática no ha llegado aún a estos actores secundarios de la política.
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