Me envía mi amigo Pepe Morán, excelente fotógrafo y mejor persona, una serie de fotografías artísticas que está haciendo en los patios universitarios de la antigua Fábrica de Tabacos, en los que las esculturas que los adornan, tomadas de modelos del mundo clásico, están envueltas en plásticos mientras se realizan obras de reparación y pintura del edificio. Es todo un simbolismo ver modelos de tamaño natural de bustos apolíneos y perfiles clásicos griegos tapados con plásticos como si se hubiesen empaquetado para ser enviados a los sótanos y ser allí almacenados junto a gran cantidad de cajas llenas de libros cedidos que nada esperan y cuyo destino no irá más allá de su reciclaje en pasta papel.

El mundo clásico se desmorona. Quizás eso ocurrió hace mucho tiempo, como dejó escrito Stefan Zweig o relató Sandor Márai cuando tuvo que huir de su Budapest natal a París y la ciudad del Sena le pareció ordinaria y sucia en comparación con el refinamiento que había conocido en el desaparecido mundo austrohúngaro. El mantenimiento de las formas, al menos tal como nos enseñaron generaciones anteriores, parece cosa del pasado. Buen ejemplo de ello hemos podido comprobar en los recientes debates de investidura en el Congreso de los Diputados. Algunos representantes de los ciudadanos han puesto en escena, además de su habitual perorata y sus limitaciones verbales, una falta total de respeto no ya hacia los adversarios, sino a los que les han votado o les escuchan. Aunque solo sea en esto, el Congreso es el fiel reflejo de la calle. Una calle en la que la educación y el buen gusto están cada vez más ausentes.

El denominado mundo clásico lo es porque ha sido capaz de superar la barrera del tiempo. Clásico es lo que permanece en tanto moda es lo que está predestinado a desaparecer. Y la cultura clásica es el fundamento de lo que hemos dado en llamar occidente, conceptos que parecen haber sido abandonados y condenados a desaparecer de la mano. No se entendería Europa sin los clásicos, pero los planes educativos les siguen dando de lado. La Filosofía es cosa de cuatro autores que entran en la Selectividad sin que se tome conciencia de su evolución dentro del pensamiento, y la Historia es la que interesa en unos momentos concretos y a unas ideas determinadas. Un joven que lea a Aristóteles, Lope o San Juan de la Cruz será llamado por sus compañeros un friki.

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