La torre del vigía

Juan Manuel Sainz Peña

¡Agua va!

NO es Jerez la única población que se las ve y se las desea cada vez que jarrea agua. En estos días de borrasca, vientos, rayos y truenos, no hay más que poner los informativos para darse cuenta de que, ya no sólo no llueve a gusto de todos, sino que casi nunca llueve a gusto de nadie.

Casas modestas o unifamiliares, garajes, sótanos, negocios sencillos (casi siempre), terminan arrasados por las inundaciones que quienes tienen que evitar, nunca evitan, porque se dedican al discurso fácil del "estamos en ello" o del ya conocido "no es normal lo que ha llovido". Y es que tendría que ser precisamente, bajo esa reflexión a toro pasado, lo que evadiera la desagracia, la imagen repetida cada otoño o cada invierno, de muebles hinchados por el agua, paredes marcadas por el nivel de la inundación, y otras gotas, las del llanto y la impotencia del que, tal vez por segunda o tercera vez, ha perdido todo en una noche de perros. Las últimas inundaciones en ciudades como Coslada (por no hablar de Jerez rural) por segunda vez en veintitantos días, es un ejemplo de la irresponsabilidad de quienes deberían velar porque nada de esto ocurriera en un país que, se supone, está suficientemente preparado para no parecerse a un pueblo o una ciudad de Indonesia. La construcción de la M-45 o de alguna gran urbanización ha provocado el desastre en Madrid. Y lo peor es que una urbanización no desaparece como flor de un día, con lo cual lo normal es que, gracias a los magníficos estudios de los técnicos correspondientes, que no han tenido en cuenta que quien manda es la naturaleza, tienen los vecinos igualito que en La Barca o en Mesas del Corral, con la misma cara de desgracia y de impotencia, con todos los enseres y la esperanza llevados por la riada, por la incompetencia y por el pasotismo endémico que sacude a quien manda.

Ahora que pidan cuentas a las aseguradoras, verán como habrá largas mientras algún lumbreras del ayuntamiento de turno, llámese Madrid o Coslada, por ejemplo, se lava las manos, por cierto, sin que se le inunde su casa.

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