TIENE QUE LLOVER

Antonio Reyes

Aguanta por favor

En medio de la vorágine que originó el pasado viernes el atentado de En medio de la vorágine que originó el pasado viernes el atentado de ETA en Mondragón; en medio de la conmoción que provoca siempre este tipo de acontecimientos; en medio de la desazón que origina el que unos pistoleros mediaticen un proceso electoral democrático; en medio de toda esta turbulencia, me sobrecogió, según el relato de una testigo, las palabras que la esposa y la hija del concejal tiroteado le dirigían a éste, cuando, tendido en el suelo y mortalmente herido, libraba su última batalla: "Aguanta, por favor, aguanta…".

Y es que detrás de las declaraciones de políticos y autoridades, detrás de los comunicados de los partidos, de los parlamentos, necesarios, es cierto, se halla el dolor de quienes ven truncada su posibilidad de ejercer una vida normal: trabajar, tomar unos vinos con los amigos, pasear con tu mujer, ver crecer a tus hijos y, sobre todo, hacerte viejo. Nada ni nadie tiene derecho a truncar la vejez. Por eso me sonaron tan aterradoras las palabras de sus familiares más cercanos, esa solicitud dirigida a un cuerpo ya inerme abatido por la irracionalidad: "aguanta, por favor, aguanta…", o sea, queremos que envejezcas a nuestro lado.

La democracia no es otra cosa que el mejor sistema político inventado para que todos, haciéndonos partícipes de su desarrollo y de su control, podamos envejecer con normalidad; el sistema que nos permite que, sin sobresaltos ajenos impuestos por cualquier tipo de salvadores insensatos, sean del tipo que sean, nuestras vidas se carguen de pequeñas rutinas, de esos ínfimos pero hermosos detalles cotidianos que son, en definitiva, los que colman de valor y dan sentido a la existencia.

Un asesino, precisamente, es aquel que rompe la naturalidad de una vida, el que destroza violentamente el derecho que a todos nos asiste de usar y de disfrutar de todo aquello a lo que a veces, por simple y elemental, no le damos el valor que merece. Romper esa cadena es la mayor afrenta que puede realizarse, no hay mayor delito.

Y para un demócrata, el hecho de que regularmente estemos convocados a las urnas forma parte de ese conjunto de cosas pequeñas, naturales, cotidianas, sencillas y hermosas de las que se compone el catálogo de la vida. Por eso el pasado domingo, a pesar de las dudas que tenía, y que tengo, sobre la credibilidad de este sistema bipartidista al que estamos abocados y que margina a las minorías, decidí ir a votar. Porque el ejercicio del voto debe ser un hecho tan simple y natural como llevar a los niños al cole o pasear en bici un domingo.

Con independencia de los resultados electorales, que cada cual tendrá su opinión y su valoración, lo esencial en estos momentos, para mi, sería un gran pacto de Estado en defensa del ejercicio de lo cotidiano, donde no quepan los redentores, políticos o religiosos, que pretenden a la fuerza imponer sus ideas o su forma de ver la vida. Nuestra obligación ahora es garantizar a los hijos de Isaías (todos somos un poco él) el derecho a envejecer con normalidad.

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