La muerte del guardia civil Agustín Cárdenas en acto de servicio en Jerez de la Frontera, atropellado por dos narcotraficantes a la fuga, no se me va de la cabeza. "Deja viuda", como decía este periódico con una expresión exacta y desoladora. Así duele más, como es justo y necesario. Deja también una hija y tres nietos. Tenía 52 años, que es exactamente mi edad. Esta coincidencia circunstancial también me ha impresionado.

Lo leo aún conmocionado por el texto que mi amigo Ignacio Trujillo ha escrito a raíz de la muerte de un compañero suyo de colegio, en Sevilla, por coronavirus. Habla allí de "la hermandad sutil, pero cierta, entre todos los que hemos estado en clase toda la vida". Los de mi curso sólo hemos tenido que lamentar hasta ahora la muerte reversible del inefable Jenaro Jiménez, que acabó bien -detenciones, fugas y recapturas aparte-; pero qué verdad ese hilo de oro que nos une, y que Trujillo identifica con un montón de experiencias compartidas, como ir dos en vespa sin casco, o saltar el potro (o no) en gimnasia o salir por bares primerizos o el anecdotario incansable de los profesores de entonces.

Un hilo más sutil pero del mismo material nos une a los que nacimos en una misma fecha, o sea, a Agustín Cárdenas y a mí, aunque no nos conociésemos. Compartiríamos similares recuerdos colectivos, quizá el primero la muerte de Franco, la EGB, el Mundial del 82, el golpe de Tejero, dos en vespa sin casco, las primeras multas cuando nos obligaron a ponérnoslo, la rabia por el terrorismo, la Expo del 92, la música, los noviazgos de entonces, el nacimiento de una hija…

En una conversación ya imposible, Agustín y yo iríamos repasando las afinidades que nos unían. No sólo los recuerdos, sino también las actitudes ante la vida y las ilusiones para el futuro. Estoy convencido de que lamentaríamos juntos la decadencia de nuestra época y de un Estado de Derecho tan permisivo con conductas como la que le ha costado la vida, tan pronto, en acto de servicio.

Ambos querríamos una España digna de su sacrificio, en la que sus nietos puedan sentirse acompañados por la honrada memoria de su abuelo. Que ese hilo que nos une, de sangre, tiempo y espíritu, no se rompa. Nunca fui demasiado generacional. Me han importado más las tradiciones: el vínculo con los mayores y con los que vendrán, pero en honor a Agustín me apunto a mi generación, hombro con hombro con los de mi quinta.

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