Aitana Fernández Cánevas

Aitana Fernández Cánevas

AITANA ya no está. Tenemos la certeza de que se ha ido su pequeño cuerpo pero no su espíritu que ya siempre estará con nosotros. Echaremos de menos su sonrisa de pajarillo inocente y su mirada cristalina como agua del manantial. Y también ese carácter suyo —que lo tenía— y esa alegría tan especial que le hacía cantar, bailar y tocar las palmas cuando en la hermandad había jaleo. Ella nunca fallaba ni faltaba.

En San Rafael tenemos la certeza de que su cuerpo se nos evaporó para siempre. El Señor de la Salud, que se la ha querido llevar para acariciarla cada mañana. A cambio, nos promete un nuevo ángel que velará por nosotros. Sí. Es Aitana que ya siempre estará con nosotros cuando cinco minutos antes de que se abran las puertas de la iglesia de San Rafael, algunos derramen su particular lágrima anónima. Ella podrá ver por debajo de los antifaces cada lágrima que cae y sabrá reconfortarnos.

Si le he dado gracias en estos días al Señor de la Salud ha sido por haberme dado el regalo de conocer a Aitana. Su paz y su alegría me acompañarán siempre, como dice el Salmo.

Aitana ya no está con nosotros y la noticia cayó como un hacha afilada hasta lo más profundo de nuestro corazón. Pero tenemos una salvaguarda. Ella ya siempre formará parte de ese broche que va en el corazón del Señor. Tanto la quiso, que se la llevó pronto. Y a nosotros nos ha dejado un tanto desvalidos. Y a su familia también. Pero cada vez que salga el Señor a la calle el Martes Santo, sentiremos un pellizco en el corazón. Será el guiño de nuestro ángel llamado Aitana. Que siempre estará con nosotros.

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