DECÍA ayer que la fecha convencional del término del año induce a reconsiderar, pero la vida ya está elegida y hecha. Da un cierto temblor saber, salvo que ocurra algo para peor, lo que nos va a pasar hasta el fin de nuestros días. Las vidas se pueden hacer pero no deshacer, ni siquiera cambiar los modos de vivir por otros. Podemos, con voluntad, cambiar de costumbres y que esa decisión modifique levemente, para mejor o peor, nuestra existencia: dejar de fumar, hacer gimnasia, adelgazar, ir al cine o al campo con más frecuencia. Nada más. Los incomprensibles y milagrosos archivos del cerebro seguirán ahí para advertimos de quiénes somos y dónde estamos en cada instante, hagamos lo que hagamos. Llegado a este convencimiento uno ve terminar un año con bastante indiferencia, quizá haga recuento y algún retoque trivial en la manera de vivir a partir del día 1: nada substancial será distinto.

Los años nos dan lecciones personales: el niño que seguimos siendo envejece en el espejo y ya no podemos comportamos como un niño. ¡Qué desventura ésta en medio de tanta generosidad! Porque la vida ha sido generosa, tan generosa que en ocasiones se apareció la sombra del precio que había que pagar por las dádivas. Parafraseando a Luis Rosales, uno no se ha equivocado en nada, salvo en las cosas que más quería. Hubiera detenido el tiempo, no para ser siempre joven, una edad de audacias y desconciertos, de exigencias y aprendizaje lento, sino para ser siempre niño, el tiempo del descubrimiento de la eternidad que se nos arrebata. Luego, y poco a poco, y cuando casi no tiene remedio, nos vamos reconciliando con la vida y perdonamos a nuestros padres. No nos engañemos con el nuevo año y caigamos en la trampa de creer que las vidas particulares tienen remedio y pueden cambiar.

Si pudiéramos hacer un ajuste de cuentas con el vivir propio, es posible que no condenáramos a muerte a nadie, pero sí a pena de destierro. Las condenas, de todos modos, tienen el efecto del eco. Mi padre, que era un hombre de fe, decía -lo habré citado otra vez- que Dios pone en nuestro camino escollos, precipicios y fieras para probar nuestra fortaleza y que salgamos victoriosos de las acechanzas. Los hombres buenos son tan necesarios como los malos, porque sin una de las referencias no existiría la otra para saber distinguir.No espero nada del año que llega y no tengo nada que reprocharle al año que se va: si acaso a mí mismo por haber confiado demasiado en la generosidad de la vida; pero en esto nada tiene que ver que pasemos de un año a otro: el tiempo no es culpable y cumple con su deber de escaparse, con su engaño de hacemos esperar soluciones milagrosas que sólo dependen de nosotros.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios