Tierra de nadie

Alberto Núñez Seoane

Disculpen...

Disculpen que vuelva al ruedo, pero es que me hierve la sangre en las venas. No acabo de dar crédito a la situación a la que nos están llevando. Indignación, no es suficiente para describir el ánimo que me invade, tendría que hablar de una especie de repulsión, más cercana al asco; de una incapacidad absoluta de acercarme e entender la desidia, incompetencia y total falta de escrúpulos, unida a una desvergüenza obscena y vomitiva, de las autoridades responsables de la gestión de la pandemia.

Estamos, los ciudadanos, dejados de la mano, aparcados, desinformados, desatendidos y faltos del respeto y la consideración que se nos debe tener; es un desastre mucho peor que el propio virus, es el colmo de todos los colmos. No sé qué es lo que tiene que pasar para que, de una vez, salgamos todos a las calles y paralicemos por completo el país.

No puede ser que millones de españoles, ahora son los que me importan, hayan recibido una dosis de la vacuna de ‘AstraZeneca’ -que conste que no estoy yo entre ellos, lo aclaro para evitar suspicacias- y no sepan lo que va a ocurrir con la preceptiva segunda dosis, que deben recibir para alcanzar el grado de inmunidad para el que se fabricó la vacuna: no hay vacuna como tal sin las dos dosis, no sirve; lo que no sea esto es una verdad a medias, es decir: una mentira.

Argumentar que la inmunidad alcanzada con una sola dosis es “suficiente”, es una falacia: un coche al que le funcionan los frenos en dos de sus cuatro ruedas, cuando necesite detenerse en seco, no lo podrá hacer y terminará estrellándose; igual da que llevase frenos en la mitad de las ruedas, sus ocupantes morirán, aunque tarden en hacerlo el doble de tiempo porque sufrieron la colisión a la mitad de una velocidad, en cualquier caso, suficiente para matarlos.

De las tres posibilidades -que no opciones- que habría para completar el proceso iniciado con la primera inyección de ‘AstraZeneca’: recibir la segunda, no recibirla, o hacerlo, pero con un tipo de vacuna diferente; sólo vale la primera -por eso decía que las posibilidades no son opciones, al menos no opciones válidas-. No recibir la segunda dosis, ya les expliqué, significa terminar por “estrellarse”; recibirla de otra vacuna es un experimento inaceptable, hablamos de las vidas de personas, no de cobayas; no hay ensayos clínicos en los que se haya probado la eficacia de mezclar vacunas distintas, es inconcebible que quieran experimentar con nosotros basados en que “es muy probable” que no suceda nada…. ¿Pero qué es esto?, ¿a dónde hemos llegado…?, o mejor ¿hasta dónde nos han traído? ¡Atajo de impresentables malnacidos!

Sólo la administración de la segunda dosis de la misma vacuna es una opción viable hoy por hoy, lo demás son barbaridades que, si se llegasen a llevar a cabo, espero y deseo que, algún día, esta aberración ética y moral terminase con sus responsables, todos, sentados en un oscuro banquillo y que de allí salgan condenados a pudrirse a la más lúgubre de las sombras.

Una tragedia de las dimensiones que tiene la que estamos soportando, exige determinaciones de envergadura semejante, único método para alcanzar soluciones capaces de terminar con el azote que está encadenando nuestras vidas a losas cada vez más pesadas, cuando no diezmándolas. Les voy a decir cuál es mi opinión al respecto.

Los recursos públicos son eso, “recursos públicos” -perdonen la perogrullada, tan sólo trato de hacer patente una obviedad que se relega, olvida y desprecia, con consecuencias letales para los que generan esos mismos recursos que, ya no en buena lógica sino en mínima Justicia, reciprocidad y ecuanimidad, deberían ser los primeros atendidos cuando el bien más valioso, perecedero e irreemplazable que poseen, sus vidas, está en riesgo cierto, y próximo, de pérdida-, así que su objetivo -el de los recursos públicos, decía- es el atender necesidades públicas. En el escenario en el que nos encontramos, no hay -no debería haber- duda ninguna respecto a lo que hacer con todos los medios públicos con los que cuenten las Administraciones: dedicarlos a lo que se necesita para salvar las vidas de las personas que, de no hacerlo, van a morir; sin embargo, no se está haciendo así, ni de lejos ni por asomo ni de muy lejos tampoco, ¿por qué?.

Miren, tanto el Estado español como cualquiera de las Comunidades Autónomas que lo forman -o lo destruyen, ya no lo sé…- tienen capacidad legal para comprar, al margen y además de la Unión Europea, las cantidades de las cuatro vacunas homologadas por la ‘UEM’ que están en el mercado: ‘Pfizer’, ‘Moderna’, ‘AstraZeneca’ y ‘Janssen’. Mi convicción es que uno, el Estado, y, o las otras, las Comunidades, deberían dedicar todo -digo “todo”- lo que tienen a comprar vacunas suficientes para todos. Ni mantenimiento de carreteras ni alumbrado público ni nuevas inversiones ni subvenciones ni reparaciones ni dietas, desplazamientos o “gastos varios”, ¡nada!, todos los recursos a comprar vacunas para todos; y si no los hubiese, se pide prestado, pero ¡vacunas para todos!, vacunas para todos, ¡ya! Cada día que muere una persona -y lo continúan haciendo más de 100 cada día- nace un vacío imposible de llenar, algo que, si se puede evitar, como se puede, no tiene excusa ni perdón que, si se pidiese algún día, debiera otorgarse.

Al ritmo de 700.000 u 800.000 dosis inoculadas diariamente, algo al alcance logístico de nuestro país, en dos meses estaríamos inmunizadas al 100% todas las personas que vivimos en España. Luego, se continúa con los mantenimientos, las luces, “los colores” y lo que fuese menester, se devuelven primero los préstamos, si se hubiesen tenido que solicitar, y a echarle bemoles a lo que venga, que en esta tierra de eso no nos falta ¿Por qué nadie, de los que tiene poder para hacerlo, hace todo lo que podrían hacer -no me sirve un “algo” ni lo que dicen “que pueden”- para terminar con esta miseria cuanto antes? Disculpen…

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