La columna

Pedro Sevilla Gómez

Alcohólicos anónimos

NO están contra el consumo de alcohol ni mucho menos. Es más, entienden que es una bendición que haya personas que puedan beber por placer, sin que, al contrario que ellos, desgobiernen sus vidas y martiricen las vidas de los que más les quieren. Son los alcohólicos anónimos, asociados en una organización del mismo nombre con grupos abiertos en todo el mundo y gracias a la cual miles y miles de hombres y mujeres han logrado salir del infierno de una enfermedad que, aunque reconocida como tal por la OMS, no goza del respeto y el reconocimiento de otras enfermedades también mortales. Si tienes un cáncer todo el mundo te da palabras de ánimo, pero si eres un alcohólico los camareros te echan a patadas de los últimos bares de la noche, e incluso en tu propia familia, locos de desesperación, te llaman vicioso y te dicen que si bebes es porque te da la gana. Aquí en el pueblo se reúnen los martes y los viernes, a partir de las siete de la tarde, en un pequeño local que les tiene cedido el Ayuntamiento. A veces paso por allí a esa hora, veo encendida la lucecita del local y me los imagino dentro, explicándose unos a otros sus experiencias en el infierno, o explicándose sus vacíos, sus desmemorias, porque todo alcohólico tiene la biografía demediada, con grandes lagunas sin memoria donde lo mismo han podido amar que matar, y no se acuerdan. Las reuniones son normalmente cerradas, sólo para los enfermos, pero de vez en cuando hacen alguna reunión abierta a familiares y colaboradores y me invitan y voy, por afecto personal y porque tengo una deuda imposible de satisfacer con un pariente rubio que nos amaneció muerto una mañana, asesinado por el alcohol. Comienzan siempre sus intervenciones con la misma letanía: "Me llamo X y soy alcohólico", una forma de no olvidar nunca su condición, porque el alcohol es muy astuto y al más mínimo descuido puede apresarlos de nuevo, esclavizarlos espantosamente, diabólicamente. Siempre que voy a sus reuniones me crece la fe en el hombre, en su afán de superación, en su heroísmo. Porque estos hombres y mujeres lo han perdido casi todo: cónyuges, biografía, trabajo, autoestima. Pero les queda la esperanza, y veinticuatro horas a veinticuatro horas van luchando por una sobriedad que les devuelva la dignidad, que les devuelva su condición de seres libres. Son anónimos, pero son la auténtica referencia moral de una sociedad que, no obstante, prefiere otros modelos: los cuatro tontos y tontas que salen en la televisión aireando las cosas que les pasan en el culo.

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