La Ronda de los Alunados nunca constituyó una de las principales ni más elegantes entradas a la ciudad. Su propia denominación nos parece confirmar su fama de lugar sórdido. Sin que sepamos la razón, unos locos dieron nombre a este camino que terminó acogiendo a una de las mayores cloacas de Jerez. Sin embargo, la construcción de la primera estación de ferrocarril en 1854 muy cerca de allí supuso una oportunidad para la zona. Por los años en que se desarrollaba el ensanche de Vallesequillo, donde la arquitectura bodeguera tuvo un gran protagonismo, se levantó el edificio que nos ocupa en esta ocasión.

Incorporado a la Oficina Comarcal Agraria y anexo a la antigua fábrica de botellas, es un elemento extraño dentro un área que aún espera ordenamiento urbanístico definitivo. Sus muros, en alto riesgo de derrumbe, se encuentran entre los más antiguos a este lado de la línea férrea. Esta bodega de considerables dimensiones, se yergue a duras penas como testigo de una realidad muerta. Duele ver su tejado hundido tras la imponente fachada, de un diseño elegante, que ahora se nos antoja extemporáneo, impropio de su entorno pasado y actual. El monumental frontón de piedra acaba en el vértice superior en sendas volutas que sirven de peculiar tocado a una sonriente máscara. Debajo, en el centro del tímpano, una gran cartela ornada de pámpanos de uva, contiene las iniciales “P.Ch.G.” y la fecha de 1871. Como ha investigado Jiménez García, la inscripción hace referencia a su primer propietario, Pedro Chacón García, quien la terminó destinando a otros usos. De hecho, se sabe que fue granero, almacén y hasta fábrica de almidón.

Si bien el PGOU lo califica de equipamiento público y edificio catalogado, su apetecible ubicación y su escasa visibilidad lo hacen especialmente vulnerable. De nuevo, una reivindicación para lunáticos demasiado cuerdos.

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